Dice Paulo Coelho que "podemos tener todos los medios de comunicación del mundo, pero nada, absolutamente nada sustituye la mirada del ser humano". Y así es, ya que la mirada, nunca mentirosa, expresa mucho más que la palabra, cargada siempre de intención y, en muchas ocasiones, adulterada e inexpresiva. Dentro de las medidas adoptadas para contener la expansión del ya famoso coronavirus, está el uso de las mascarillas, que, según los expertos, es un elemento fundamental para luchar contra esta pandemia que nos asuela. Yo, a pesar de opiniones en contra y ataques "fundamentalistas" por parte de algunos sectores reacios a su uso, la utilizo y la utilizaré si así lo aconsejan quienes más saben de esto, y por una doble convicción: la sanitaria (la más importante) y la monetaria (no me gusta pagar multas). Pero hay algo que me preocupa, y mucho, sobre el uso de este ya complemento en el mundo de la moda (hay diseños para todos los gustos): no poder ver el rostro de quien está enfrente, su mirada, sus gestos? Decía San Jerónimo que "la cara es el espejo del alma y que los ojos confiesan en silencio los secretos del corazón". Pues bien, esas mascarillas han roto ese espejo, donde reside la auténtica verdad, lo único auténtico que nos quedaba en un mundo cada vez más ficticio y más falso. Menos mal que aún nos quedan los ojos, termómetro silencioso de los vaivenes del corazón, pero, ¿hasta cuándo? Esta maldita pandemia nos ha quitado los abrazos, nos ha quitado los besos, ha borrado nuestros rostros? Será un camino difícil y tortuoso, y aquí vienen a mi memoria los más vulnerables, también en esto: los ancianos. Por suerte o por des - gracia, he vivido muy de cerca con ellos en los últimos tiempos y he visto como un simple abrazo, un simple beso, un simple gesto hacía que quien estaba enfermo de soledad y de tristeza volviera a vivir, volviera a sentir, volviera a tener una ilusión. Ojalá pronto podamos volver a descubrir nuestros rostros, a hablar con nuestras miradas, a expresar sentimientos, a decir verdades salidas del alma, no falsedades salidas de cerebros atormentados.