Los datos de la pandemia en España siguen empeorando de manera muy alarmante. El país está ya a la cabeza de contagios en Europa. La multiplicación de los rebrotes sitúa la cifra de nuevos casos diarios al borde de los 10.000, la más alta de la segunda ola. En Galicia, aunque con menor incidencia que en el conjunto del país, los contagios diarios detectados han dado un salto cuantitativo, superando la barrera de los 300. Con la llegada del verano, el aumento de la movilidad y el efecto llamada de la comunidad como paraíso saludable, el ascenso de la curva estaba cantado. Hasta podría considerarse inevitable. A pesar de moverse comparativamente todavía por debajo de la media nacional, los datos marcan una tendencia preocupante. Ir por delante del Covid-19, anticiparse, es la única forma de detener su endemoniada carrera.

El aumento de casos en Galicia sigue la tendencia del resto del país. Ya se rebasan los 3.000 casos activos aunque con el 9% de hospitalizados, una detección a la que contribuyen el aumento de rastreos y de PCR diarias. La incidencia acumulada es menor que la media, pero preocupa especialmente el importante incremento de contagios en las áreas de A Coruña y Lugo. El aumento ha llevado a la Xunta a imponer desde este fin de semana medidas más restrictivas en Lugo y Arteixo para frenar los brotes. En los dos municipios se limitarán al 50% el aforo de los establecimientos y espacios cerrados, también los aforos para las bodas, comuniones y bautizos a partir del lunes, y en los puntos más afectados solo se permitirán reuniones de cinco personas como máximo y solo servicio exterior en bares y cafeterías con un límite de cinco personas por mesa.

Con el endurecimiento de las restricciones en estos territorios, Sanidade persigue seleccionar de forma concreta concellos e incluso llegar a los barrios más afectados para tratar de cortar las cadenas de transmisión y evitar un crecimiento exponencial desde el epicentro de los contagios. Conciliar esas dos realidades, concienciar a la población y embridar la pandemia sin generar destrozos económicos o alarmas innecesarias, exige un fino tacto y muchas explicaciones. Los responsables sanitarios de la región se exponen para ello a colocar en el foco de las preocupaciones y los miedos a un territorio muy concreto. Pero no es una opción. Habrá imposiciones más o menos duras pero no se pueden dejar de tomar para evitar la expansión.

Además del redoble de la vigilancia, extremar la prudencia, cumplir las normas y recomendaciones a rajatabla, guardar la cuarentena estricta en caso de contagios, son medidas a cumplir por toda la sociedad para contener los rebrotes. Ninguna otra cuestión se puede anteponer a la salud. Máxime cuando los virus del otoño y el inicio de un complicado curso escolar llaman ya a la puerta. Salvar la educación, por cierto, debería de considerarse una prioridad a la altura de la emergencia sanitaria. Perder un año más de conocimientos condenaría a la precariedad a una generación.

Todo esto ocurre cuando el Gobierno central acaba de colocarse de perfil para aliviar su desgaste, tapar vergüenzas de sus socios, soltar carrete a los apoyos para el presupuesto y seguir cebando la cuota de los nacionalismos celosos de su predio. Si Galicia fue pionera en proponer el uso de la mascarilla para los niños a partir de los seis años, ahora se plantea con la actualización del protocolo autonómico de vuelta a los colegios ampliar su uso desde los tres años siempre que sea posible. Cantabria quiere imponerla desde los tres. Madrid recomienda evitar reuniones. Cataluña la reduce a diez personas. Murcia, a seis. Un guirigay sin fin. La desvertebración autonómica resta eficacia a las restricciones. Ni los generales brillantes ganaron alguna vez una guerra con un ejército dividido. Con estrategas de mediopelo, debacle segura. Así está la situación epidemiológica de España, a la cabeza de contagios de Europa.

Gobernar no consiste en repetir hora tras hora palabras huecas salvo que quien las recite tome a los receptores, en su buena fe, por inmaduros intelectuales dispuestos a tragar cualquier trampantojo. La política útil y verdadera, la que conjura adversidades y resuelve necesidades reales, no avanza a golpe de eslogan, de efectismo publicitario y colocación de mensajes entre una hinchada predispuesta de antemano a barrer para su banda. Surge de la cooperación, la visión, la lealtad, la prudencia, la conciliación y el liderazgo sensato.

Desde mañana, miles de personas regresarán a sus trabajos, a sus relaciones habituales, a cierta idea de normalidad. Nunca lo habían hecho con unas perspectivas tan inciertas, temblando por sus puestos de trabajo, temiendo retroceder a la tormentosa pesadilla de marzo, abril y mayo, anhelando acelerar el ritmo desesperadamente lento de la recuperación. Los colchones que amortiguaron el golpe van agotándose. El dinero de la UE tardará en aparecer. Pese a todo, no hay que perder la esperanza: con decisiones cuidadosas y ciudadanos diligentes, las amenazas remitirán antes de que sea demasiado tarde.