5 de septiembre, y los días siguen sucediéndose. Se levanta el sol al amanecer y, después de una jornada azarosa, vuelve a perderse en el abismo del horizonte. Así, día tras día. Esté quien esté. Y no esté quien no esté, claro, en un proceso en el que los átomos que todos tomamos prestados para edificar nuestros cuerpos, recirculan y vuelven a combinarse para ir formando distintas moléculas, orgánicas o inorgánicas. Lavoisier puro. Pleno sol, negrura, sol...

Y, para todo ello, Gaia -La Tierra- no nos necesita. Simplemente, nos soporta. Nos integra, en lo posible. Y construye también otras criaturas que nos lastiman. A Gaia le da igual qué pase sobre ella en términos tan particulares como los de un mero individuo. O, incluso, de una especie. A Gaia le interesan solamente los grandes equilibrios, que le permiten seguir su camino mientras el orden macroscópico de las cosas no tenga reservado para ella otros designios. ¿O también la caprichosa casualidad? Bueno, no lo sé. En palabras de Albert Einstein, "Dios no juega a los dados"...

No estamos aquí para quedarnos. Individualmente, lo sabemos y lo tenemos muy presente, y más en estos tiempos donde nuestra levedad se magnifica. Pero tampoco, ni siquiera, como especie. Y en eso hemos de tener cuidado... Hemos dotado a nuestro día a día de una serie de capas de sofisticación verdaderamente complejas, supeditando el hecho de vivir a muchos otros elementos, sin duda importantes pero menos esenciales. Hemos creado una intrincada red de capas de cebolla que regulan, condicionan y ordenan nuestra convivencia y actividad. Todo ello nos ha permitido progresar, sin duda. Claro que sí. Pero... todo tiene su cara b. Su yin y su yang. Y el mantenimiento de los desequilibrios que esto implica induce problemas también para el futuro de las personas.

Desequilibrios demográficos, sin duda. Desequilibrios que tienen que ver con la sostenibilidad global. Con el medio ambiente. Con el aprovechamiento de los recursos. Desequilibrios que implican violencia, ligada a destrucción en el sentido más amplio de la palabra. Desequilibrios que afectan a la propia dinámica planetaria. Y otros que nos hacen más débiles y vulnerables.

Hoy, más que nunca, entendemos que el planeta es uno. Hace cuarenta o más años, cuando mis primos nos relataban sus viajes de ensueño, verdaderamente el mundo estaba más compartimentado y formado por mucho más diferentes realidades. Hoy no, y la mundialización -sobre todo económica, y en un solo sentido- ha propiciado otros escenarios. Con oportunidades enormes, claro está. Pero globalizando cada vez más los problemas y las situaciones adversas, como la exclusión a todos los niveles. Desequilibrios que están presentes no ya en el seno de todos los países, sino en las escaleras de cada comunidad de vecinos. Hoy en el mundo la tendencia es la desigualdad dentro de una creciente uniformización que genera oportunidades enormes para unos pocos, y mucha más miseria para el conjunto de la colectividad. Hoy, como hemos hablado aquí en innumerables ocasiones, reina la inequidad.

Y, para combatir la inequidad, surgen iniciativas desde algunas personas y grupos organizados, que identifican tal fenómeno como algo injusto y fuente de todo tipo de problemas. Una de esas palancas es la de la beneficencia. Algo que ayuda, claro está, que puede suponer la diferencia entre la vida y la muerte para personas concretas, que tiene su recorrido a nivel ético y moral, pero que no va a la raíz de los problemas. Conocí, por ejemplo, diferentes instituciones benéficas en muy diferentes países, que seguramente no cambiarán el mundo, pero que ayudaban, paliaban, mitigaban y siempre mejoraban situaciones antes insostenibles. Algunas tan sencillas y, a la vez, tan importantes, como la de aquellas religiosas que, simplemente, tendían la mano y acompañaban en sus últimos días y horas a personas con patologías irreversibles y sin recursos en Addis Abeba (Etiopía). Una labor que me impactó a pie de camastro, y que, acostumbrado a líneas estratégicas, programas marco y otros instrumentos de la cooperación multilateral, fue un baño de realidad, cura de humildad y bofetada vivificante de dimensión superlativa. No es que lo que hacíamos en otras escalas y planteamientos -basado en valores, justicia social y transferencia de recursos- fuese poco importante, pero simplemente habría capas de la población a las que nunca llegaría. Y aquellas mujeres, con su mano, una sonrisa eterna y una jofaina de agua y un paño limpio, se daban mucho más que nadie que hubiese conocido en otros entornos.

Hoy es 5 de septiembre, Día Internacional de la Beneficencia. La misma no cambiará el mundo por sí misma, sin un planteamiento mucho más ambicioso, que incluya elementos de cambio estructural ante los que, visto el devenir del mundo, a veces -solo a veces- soy ya algo escéptico. Pero tal beneficencia, tal caridad, tal filantropía cívica, pueden cambiar situaciones personales muy límite, y por eso son importantes. En palabras de Naciones Unidas, todo ello aumenta la concienciación acerca de la dificultad de los desafíos e impulsa una acción colectiva en temas mundiales. Incrementa la confianza entre los diversos grupos y construye el capital social. Y elimina las barreras sociales y culturales, al tiempo que crea cohesión, desarrollando la resiliencia a través de la acción comunitaria y mejorando el sentido de responsabilidad grupal.

El sol sigue su curso. Hoy se pondrá. Y mañana será, espero, un día nuevo. Yo, mientras pensaré en ti. Hoy, 5 de septiembre, era tu cumpleaños.