Galicia vuelve a arder estos días de canícula tardía de anómalo septiembre. Y, como siempre, es un desastre, que nos llena de tristeza. A veces esto es así, sobre todo, por la enorme cantidad de hectáreas quemadas. Otras, especialmente, por el valor singular de algunas de dichas zonas diezmadas. En ocasiones, incluso, se produce pérdida de vidas humanas, con la consiguiente irreversibilidad y dolor que esto supone, siempre lacerante. Otros incendios se llevan por delante casas, granjas e infraestructuras, muchas veces sumiendo en la penuria, y siempre en la pena, a sus titulares. Y, en todas esas ocasiones, pierde la biodiversidad y nuestras posibilidades de un mejor futuro. Con los incendios, seamos más o menos conscientes de ello, perdemos todos. La clave es tener ojos para verlo.

Escribo estas líneas cuando el corazón del mágico pulmón que es Peneda-Xurés-Gerês está ardiendo. No solo este fantástico enclave, donde tuve ocasión de evolucionar por cumbres y valles muchas veces, sino otros en diferentes concellos de la provincia de Ourense y de nuestro vecino y querido Portugal. Lugares donde he respirado como en ninguna parte y donde me fasciné, como siempre, a la sombra de bosques que son el mejor seguro para la protección de la biodiversidad. Esto, como no, lastima.

Cuando ocurre algo así, cíclicamente en nuestra Galicia, prefiero no ver las fotografías humeantes de lo que antes estaba vivo y ahora calcinado. No sé si ustedes lo soportan, pero a mí me sienta francamente mal. En esos casos siempre termino refugiándome en la lectura. Y es que hay una serie de textos relacionados con el fuego de aquí, con su presunta etiología y con sus distintas facetas, a los que siempre acudo no sé si como terapia o con el ánimo de dar una vuelta de tuerca al eterno porqué. No son textos concordantes en sus argumentos, y muchas veces todo lo contrario. Unos hablan de intereses concretos asociados al fuego y a los posibles actores detrás de ellos. Otros van más a la lógica de la falta de uso del monte hoy, en un contexto mucho más general donde, para resumir, podríamos decir que la Galicia rural se muere, y que los incendios son solamente un elemento más de todo ello.

Es cierto que hubo un tiempo donde el monte estaba más ordenado, y que el continuo de masas arbóreas que hoy vislumbramos en muchas de nuestras comarcas era netamente diferente. Había árboles, sí, pero también extensos prados y zonas de aprovechamiento para las labores tradicionales del campo. Hoy queda poquito de todo eso, sí. Y, en cambio, hay quien incentiva la producción maderable a corto plazo, lo cual supone una forma de rentabilizar algo cuatro tierras que uno tenga en el corto o medio plazo, pero sin mucha visión de más largo recorrido, con mayor sostenibilidad. Y el resultado, un montón de combustible, madera como si fuese yesca, en continuo sobre el monte, que a la mínima -intencionada o no- se convierte en una bola de fuego a veces casi imposible de apagar.

El monte hoy languidece en buena parte. Y, con el monte, el resto del rural. Sé que hay personas que, quizá también con los recientes -y actuales- embates de la vida, se plantean un mayor acercamiento a la Naturaleza. Yo lo celebro. Y lo hago seguramente porque me interesa mucho más lo rural que lo urbano. No creo tampoco que haya que expresarlo como un dilema, una dicotomía, un yin y un yang, ya que todo aporta. Pero, puestos a elegir, me siento mucho mejor en la Naturaleza. Me inspira más. Me motiva más. Y, quizá por ello, sufro cuando el monte arde. Como ahora. Como siempre.

Siento envidia cuando paseo por los bosques de Soria, o de parte de la provincia de Burgos. Dimanan paz, y no porque en ellos no se haga un aprovechamiento maderable, que sí. Pero el modelo es diferente, mucho más basado en la continuidad y la preservación, con talas sostenibles a partir de una selección continua de ejemplares en masas boscosas estables. Nada que ver con las cortas masivas y los modelos de monocultivo extensivo que, sean de lo que sean, nunca ayudan. Sí, siento envidia cuando visito el entorno de la Laguna Negra, la Fuentona de Muriel, el cañón del Río Lobos o el nacimiento del río Duero. Y me pregunto qué habrá que hacer en nuestra Galicia para que las políticas forestales den un giro de mayor sostenibilidad, al tiempo que el monte se valorice con usos diferentes al netamente maderable, sin rechazar este, pero reorientándolo y complementándolo con mucho más...

Les dejo. Sigo leyendo. Sigo llorando. Y, mientras, el bosque sigue humeando. Fuego. Humo. Muerte. Destrucción. Cortoplacismo. Muerte. Muerte. Muerte.