Seguimos sumando jornadas en nuestro particular cuaderno de bitácora, en el que se concatenan las experiencias y momentos de cada uno de los días que compartimos. Y, con todo, hemos superado ya el ecuador de este mes de septiembre en el que parece que, por fin, el verano se da por enterado de que le toca ir haciendo las maletas. O no..., porque sigue habiendo altas temperaturas, de forma que su combinación con el agua produce estampas ciertamente inéditas. En mi caso, les cuento, vivo maravillado el hecho de que las hortensias siguen brotando, y no es ya que haya flores en estupendo estado, sino que, además, siguen adivinándose nuevos brotes, que tienen ánimo de seguir dándole color a la planta. Imagino que todo eso terminará en seco, de una forma bastante dramática, cuando, de una vez, lleguen momentos más fríos y la savia vea detenido su camino, y los seres vivos se vayan preparando definitivamente para un nuevo paso del invierno.

En fin, que aquí seguimos mientras tanto, iniciando un nuevo e incierto curso académico, y tratando de poner al mal tiempo (en sentido figurado ahora) buena cara. Pendientes de intentar hacerlo todo bien, de forma que el peligro inherente a este tiempo de pandemia se vea reducido a la mínima expresión, tanto para nosotros como para los demás. Ahí estamos.

Pero no todo el mundo obra de igual manera. Fíjense que muchos de los frutos recogidos hoy tienen que ver con lo que se ha sembrado antes. Y así como hay personas que se cuidan y cuidan a los demás, otras pasan absolutamente de todo. No va con ellas. Pero sus actos, y esta es la clave, producen efectos más allá de su persona. Efectos que nos importan a todos. Y que, a partir de los cuales, se va escribiendo la actualidad y tejiendo el estado de las cosas.

Es por todo ello que es fundamental tener muy clara la relación entre la causa y el efecto. Algo que parece sacado de un manual clásico de filosofía, ¿verdad? Y es que, en los tiempos en los que parece que todo está inventado, sigue siendo una delicia releer con tranquilidad determinados textos en los que se reflexiona y teoriza sobre este tipo de cuestiones. Aristóteles escribió en el siglo IV a.C., por ejemplo, que no tenemos conocimiento de nada hasta que comprendamos por qué se produce o existe. O sea, su causa. Sí, la relación entre la causa y el efecto parece a veces obvia, pero es necesario darnos cuenta de qué lleva a qué, interiorizarlo y asumirlo. Y, por consiguiente, qué efectos no se verifican si no están presentes sus causas.

En tal sentido, no vamos a decir aquí que cualquier contagio de la Covid-19 está asociado directamente a mala praxis. No, por supuesto que no. Como todo en la vida, aquí también influyen distintos factores, incluida una cierta dosis de buena o mala suerte. Pero sí que es cierto que la relajación de las medidas por parte de personas o colectivos es uno de los elementos que, como causa, más ha propiciado una escalada posterior en las cifras de la pandemia en determinadas zonas. Y es que para que se produzca un contagio de cualquier cosa han de estar presentes dos elementos concomitantes: por una parte, fallas de seguridad, bien en los protocolos de actuación o bien por no aplicarlos. Y, por otra parte, la presencia del virus. Así, si yo voy por la calle sin mascarilla, pero no me encuentro a nadie infectado, no me contagiaré. Pero basta que coincida que no la lleve y que sí me lo encuentre, para que pueda contagiarme con una cierta probabilidad. Si extremamos las precauciones, cerramos nuestros círculos burbuja lo más posible y tratamos de aguantar hasta que cambie el paradigma, seguramente la situación a posteriori (el efecto) sea más benigno que si procedemos de otra forma.

España es uno de los países de nuestro entorno donde peor está evolucionando la pandemia. Es bueno que, con ánimo de sentar buenas bases de comportamiento individual, insistamos en esta relación entre causa y efecto. Porque todos buscamos los efectos, en términos de una situación menos agobiante y comprometida por la Covid-19. Pero algunas personas o no son verdaderamente conscientes de las causas o, siéndolo, terminan mirando para otro lado y no comportándose de forma coherente con ello. No puede ser. No podemos seguir así.

Hay mucho margen de mejora. Porque, independientemente de todo lo que quieran, incluyendo todo lo que se haya hecho mal desde las instancias políticas, oficiales o técnicas correspondientes, el comportamiento de la ciudadanía es un excelente instrumento para modular esa relación entre causa y efecto, y reducir mucho la prevalencia de la infección. Y a eso no podemos sustraernos ninguno de nosotros. Es un deber personal y colectivo.

Sean felices. Cuídense. Y cuídenme. Si todos aplicamos la máxima de querer cuidarnos todos, el resultado será mucho mejor en lo colectivo. Porque no se trata de demonizar conductas, aunque algunas sean verdaderamente irresponsables. Se trata de identificar bien causas y efectos y, siendo conscientes de estos últimos, cambiar las primeras. Como dijo el clásico, no podemos seguir haciendo lo mismo, esperando resultados diferentes...