"O nosotros o el caos", tronaba el orador en un mitin. "¡El caos, el caos!", respondieron a coro los parroquianos, rápidamente acallados por el candidato desde la tribuna con una frase irrebatible: "Da igual: también lo somos nosotros".

Se trata, como el memorioso lector sabrá, de un chiste gráfico que el humorista Ramón publicó en la ya desaparecida revista Hermano Lobo que, más de cuarenta años después, sigue estando de plena actualidad.

Ahí está para demostrarlo el caso -porque es un caso- de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, cuyo acrónimo IDA parece toda una declaración de intenciones.

Ayuso ha dilatado hasta el límite todas las posibilidades de la inacción y el caos en la gestión de la actual epidemia, lo que tiene un indudable mérito. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, había dejado el listón muy alto; pero ella ha conseguido superar la marca. Ahora han acordado cooperar los dos en esa caótica tarea, de lo que no cabe sino esperar grandes beneficios para la población.

Queda claro que el agobiante problema del coronavirus no depende de ideología alguna. El número de ineptos está imparcialmente repartido entre todos los países, las clases sociales, las etnias y, por supuesto, los partidos.

Fácil resulta observarlo en España, donde el régimen semifederal de las autonomías permite comparar lo que hacen unos y otros presidentes. Algunos de ellos gestionan razonablemente la crisis. Otros, por el contrario, exhiben su manifiesta incompetencia, con la que desatan imparcialmente el caos allá donde gobiernan.

Mientras otros reinos autónomos gravemente afectados por la epidemia tomaban medidas más o menos atinadas para contenerla, Ayuso se limitó a aplicar la conocida máxima Laissez faire, laissez passer del viejo liberalismo; quizá con la esperanza de que el virus se fuese por donde llegó.

A fuerza de dejar hacer y dejar pasar, la presidenta madrileña ha permitido que el bicho de la Covid-19 se enseñoree de su territorio, con los catastróficos resultados que ahora afloran. Sin rastreadores que le sigan la pista a los contagiados ni una Atención Primaria capaz de aliviar de su trabajo a los hospitales, el SARS-CoV-2 quedó absolutamente fuera de control, hasta el punto de situar a Madrid como líder de la pandemia en Europa.

El lance no tendría especial importancia si Ayuso hubiera alcanzado su nivel de incompetencia -según las leyes de Murphy- al frente de la Comunidad Autónoma de Ceuta, pongamos por caso. Lamentablemente, Madrid es un nudo de comunicaciones que, como tal, favorece la difusión del virus por el resto de un país todavía centralizado y radial en este aspecto como España.

Ahora se intenta, un poco a la desesperada, solucionar el desastre mediante una "cogobernanza" entre el reino autónomo y el Gobierno del Estado (que no se reúne con sus expertos desde hace meses, según confiesa el ministro de Sanidad). Quizá sea tarde.

A estas alturas de la película (de terror), puede que ya solo quede recurrir en Madrid a disposiciones mucho más radicales como el confinamiento, antes de que sea preciso recluir de nuevo a todo el paisanaje del país. La ventaja, si acaso, es que ya no hay que elegir entre gobierno y caos. Ambos empiezan a ser la misma cosa.