¿Qué tal les va? Nuevo sábado, finalizando septiembre, y... suma y sigue. Otra semana para echarse al morral de lo vivido en este año tan difícil, intentando afrontar el presunto futuro a corto plazo con bríos suficientes para que nada nos pare. Algo que no es poco, ¿eh? Porque, visto lo visto, parece que solamente un cese total de nuestra actividad es el único bálsamo posible con el que aplacar los duros embates de este nuevo coronavirus. Y es que, después de que se haya promovido retomar un cierto grado de actividad cotidiana, ya ven qué ha pasado. En contra de lo acontecido en los países de nuestro entorno, aquí ha reventado la mesura y... bastantes cosas se han ido al traste. Ojalá las aguas del río regresen a su cauce y esta aventura que es vivir no siga progresando en dificultades y problemas. Porque si no, no sé -sinceramente- cómo nos las vamos a apañar.

Y, mientras todo esto nos regala la actualidad, los atriles siguen su endemoniado ritmo. Predicadores de nuevo cuño de eso que llaman política y no es más que cabildeo continúan hilvanando sus siempre prolijas cadenas de intereses y palabras, muchas veces vacías de contenido y centradas, más que nada, en echarle de todo la culpa al de enfrente, independientemente de qué haya pasado y por qué. Las cuitas de unos y otros, gobernadas desde gabinetes y comandadas por estrategas y tacticistas, se han comido la realpolitik, y sospecho que cada vez estamos más a años-luz de una tarea centrada en una buena gestión que alivie los problemas e insufle esperanza a una ciudadanía medio atónita, medio cansada y bastante aburrida de este teatrillo con el que se nos obsequia desde las instancias partidarias, para regocijo de posiciones extremas y fuera de cualquier tiesto de la cordura. Y no, no me acusen de equidistancia, que no la tengo ni la profeso y mis opciones, dentro de la escasa alegría que hay dentro del escenario político, están claras. Pero acúsenme, eso sí, de tal aburrimiento supino, después de constatar qué ocurre cuando tantas veces ponemos a los peores y a los más vivos, meros cachorros de partido, a comandar lo de todos. Urge una regeneración, técnica, clara y sin ambages, y una forma de entender lo público mucho más sencilla y frugal, con los pies en la tierra, ligada férreamente a programas electorales y menos dependiente del marketing y de la intrahistoria como forma envenenada de relato, que después de ser cocinado, poco se parece a la realidad.

Porque, y aquí voy, la realidad es aquello con lo que cada día nos damos de bruces. Lo otro es ensoñación, soflama para iniciados y partidarios diversos, y arengas para quien quiera comprarlas. Y no, esto entiendo yo que no es lo importante para una ciudadanía real, con problemas meridianos y expectativas también concretas, que ve como mucho relativo a la convivencia y al nivel de vida se desmorona sin que nadie pueda hacer nada, mientras todos siguen hablando y haciendo como si con ellos no fuese la cosa. Si continuamos así, y Madrid y sus actuales cuitas es un buen ejemplo, no llegaremos a buen puerto. Se lo aseguro.

Sí, la realidad es el ser, y no lo que parezca después de muchos efectos especiales. Porque no vale lo que no es, y solo parece. Por ejemplo, es absurdo que intentes hacer que hablas un fantástico inglés, parapetado detrás de una mascarilla, cuando realmente tú no lo hablas a ese nivel. Algo que, al final, te desacredita a ti y, mira tú por dónde, también a la causa a la que querías servir. Y esto es lo que le ha pasado a un concejal de Valencia que, por no asumir que el encargo de hablar en inglés era para él inasumible o inabordable, quiso dar el pego cayendo en terrenos movedizos que, al final, le han obligado a pedir disculpas. Ser es lo importante, sí, y no parecer, mucho más allá de tal anécdota. Y conseguir que parezca que hablas inglés, o que has cursado un programa de Posgrado o de Máster en algo de lo que realmente no tienes ni idea, en realidad terminará perjudicándote a ti y, por extensión, a todos los demás. Las apariencias, tan propias de estas latitudes, no solamente no sirven de mucho sino que, ténganlo bien claro, son verdaderamente perjudiciales. Es mucho más honesto abundar en el hecho de la traducción e interpretación simultáneas, donde se vea que tú hablas en español, valenciano o en lo que cuadre, y otro te hace una tarea -técnica, profesional y con las cartas boca arriba- de tu discurso.

Ser y no parecer. Porque solamente pareciendo, como la galdosiana Doña Paca en Misericordia, no se arregla el problema del hambre, sea esta real o figurada. Y es que al final siempre tiene que ser una humilde y muy real "Benina" la que le saque las castañas del fuego a quien vive de la componenda y la ilusión, como buena parte de los estamentos empeñados en gestionar lo de todos, engolar la voz y, la mayoría de las veces, no estar a la altura en absoluto, negando lo evidente y lastimando el patrimonio, las esperanzas y hasta las vidas de los administrados. Hay que ser, en lo que se sea. Y no ser, en lo que no. Y lo demás... solamente se queda en purpurina.

Ser, y no parecer, amigos. Parecer es copiar en un examen y que se crean que posees las competencias asociadas a un determinado nivel académico. Eso será pan para hoy pero, seguro, es hambre para mañana... Y del hambre, ya saben, no se come. Sean, y no aparenten. Sean. Y más si en su negociado se dirime aquello que es de todos.