"Lo que pasa es que no somos conscientes de lo que nos pasa", exclama Ortega y Gasset sobre España, y algo así ocurre con la enseñanza. La educación es lo más importante que cualquier sociedad puede legar a sus generaciones futuras. La ya bautizada como generación de la precariedad, a la que no debemos hacer pagar además la ruina del coronavirus que tenemos encima porque no le corresponde, solo encontrará su camino con una formación extraordinaria, que necesita de un sistema educativo radicalmente distinto, de más recursos y bien empleados, de alumnos y padres comprometidos y de grandes profesores volcados. Hay elementos de sobra para cambiar la educación. Solo del conocimiento surgirán las oportunidades. Pero ahí seguimos, con los mismos males de siempre, con una clase política enfangada en la confrontación partidista, cronificando el problema por la demagogia y el cerrilismo ideológico de unos y otros. Ni la pandemia les hace recapacitar.

La educación lleva toda la pandemia a remolque de los acontecimientos. Por más que se veía venir -su irrupción se daba por sentada ya en enero-, nadie puso en marcha plan docente alguno para combatirla. Con el paréntesis vacacional hubo también tiempo de sobra para preparar en condiciones el retorno a las aulas, pero salvo excepciones se desperdició todo el verano.

¿Es que nadie se acordó de que había que volver a los centros? En este país, como los malos estudiantes, se dejó todo para última hora. Así, miles de estudiantes han regresado estos días a las aulas en toda España entre carencias, desconcierto, la lógica preocupación y la incertidumbre por un virus que lo ha puesto todo patas arriba.

Los alumnos pasaron en la práctica un año en blanco. Únicamente la disposición y la buena voluntad de los profesores a título particular, incluso aportando sus medios, y la colaboración de las familias, en muchos casos abrumadas de ejercicios e instrucciones para sus hijos, permitió seguir manteniendo algo parecido a la docencia. Ahora vuelve la presencialidad -que cohabitará con la enseñanza telemática-, fundamental si queremos limitar la desconexión escolar y elevar el nivel del país por más que la tecnología resulte decisiva. Educar emocionalmente a los alumnos e inculcarles los conocimientos perdidos durante el confinamiento ha de ser lo prioritario en este inédito arranque de curso que, lamentablemente no va a estar exento y ya lo estamos viendo, de sobresaltos permanentes.

La educación es el pilar del futuro. Hay que romper los viejos clichés y pensar de otra manera para lograr una educación libre e innovadora que dote a los estudiantes de nuevas herramientas con las que trabajar en este trepidante y cambiante siglo XXI. ¿Tenemos el sistema educativo adecuado para lo que se avecina? Rotundamente no. Entre las importantes reformas estructurales pendientes que tiene España, está sin duda la de la Educación. Si cabe ahora todavía más acuciante para afrontar la titánica reconstrucción que tenemos por delante.

No hay reconstrucción creíble si no empieza por cambiar las aulas. Para ese fin, para transformar su modelo, los fondos que Europa aportará para la recuperación de la economía española podrían suponer también una ayuda inestimable cuyo efecto perdure en el tiempo. La transformación digital de la sociedad ni se detiene ni se cansa. Imposible aguantar su ritmo. La normalización e implantación de autómatas alumbrará otro tipo de sociedad que no alcanzamos a imaginar con precisión, que destruirá unos puestos, pero ideará otros de menos sacrificio físico y más habilidad intelectual.

Tampoco hay que sorprenderse o alarmarse. Cientos de miles de cocheros e hilanderas desaparecieron con la irrupción del automóvil y el telar.

Los reemplazaron millones de especialistas con otras funciones, en un transporte y una industria textil que multiplicaron su potencialidad. No ocurrió de la noche a la mañana.

Hay que prepararse para que el triunfo de la tecnología no profundice la desigualdad. El pilar sólido, fundamental, para evitar el enquistamiento de una nueva clase social de desheredados es el conocimiento. Solo una educación de calidad y flexible puede garantizar que no haya ganadores y perdedores en la aventura. Adentrarse en el futuro significa pensar únicamente en los alumnos, no en la política. Derribar muros en vez de elevarlos.