Hace unos días se publicó en ABC que la novela "Matar a un ruiseñor" figuraba en la posición número 15 de la lista de los 100 libros más combatidos por la censura norteamericana de la última década. La razón alegada para justificar la censura es que en ella se utiliza el término "negrata", que es denigratorio para la minoría negra, y que, en consecuencia, en plenas tensiones raciales, para algunos era inaceptable que los estudiantes vieran escrita esa palabra.

Además de discrepar de que se censure cualquier libro, estoy en contra de la concreta razón que se aduce para censurar "Matar un ruiseñor". Y ello por dos razones: una de carácter general y otra particular que tiene que ver con la indicada razón invocada contra la excelente novela "Matar un ruiseñor". Veamos ambas razones.

La primera razón afecta a la censura, en general, de las obras de la literatura por razones morales. Y es que el arte como tal (la obra literaria lo es) no tiene moral, sino que es la mirada subjetiva del que contempla o, en nuestro caso, lee la obra, la que impregna la creación con sus juicios subjetivos de moralidad. Sobre la relación entre arte y moral, escribe Carlos Javier Morales ("Arte y Moral. Implicaciones mutuas" publicado en "Nueva Revista" 30 de marzo de 2006) que "si el Arte tiene algo que decir sobre el hombre, sus logros no podrán sino enriquecer su vida moral. Y si el artista -y el contemplador del Arte- es un ser humano, también tendrá una conciencia moral a la que no puede traicionar en nombre de una supuesta Belleza independiente. Arte y Moral nacen de la misma urgencia del hombre por encontrar su plenitud, sólo que discurren por cauces distintos dentro del mismo territorio humano".

Compartiendo básicamente esa opinión, me atrevo a ir más allá. Y es que, a mi modo de ver, cuando se censura una obra de arte (en el caso, una novela) por una cuestión moral se produce un choque entre la visión del autor, que es única y la suya, y por tanto reside en el plano puramente subjetivo del creador, con otra visión que siendo también subjetiva, la "mirada del espectador-moralizador", se pretende objetiva y más general, porque invoca en su apoyo la moral; esto es: "la doctrina del obrar humano que pretende regular el comportamiento individual y colectivo en relación con el bien y el mal y los deberes que implican" (acepción 5 del Diccionario de la RAE).

No es, por tanto, la novela la que en sí misma es moral o no, sino que es la mirada de malicia del lector la que convierte en inmoral la obra. Y lo que es más importante, no solo para él mismo, sino para la generalidad, incluidos todos aquellos que pueden tener otras nociones del bien y del mal. Con esto quiero decir, que la censura por razones morales no permite que sea cada lector el que haga el juicio de moralidad, sino que nos lo dan hecho a todos y, lo que es peor, nos lo imponen obligatoriamente. Razón por la cual, desde esta perspectiva, resulta, al menos para mí, inadmisible la censura de la obra literaria porque supone cercenar las libertades de expresión y comunicación y el derecho a la producción y creación literaria (art. 20 de la CE).

La segunda razón es, y me refiero en concreto a la novela censurada, que no hay que juzgar los hechos históricos con la mentalidad actual, siguiendo un modo de proceder muy próximo al llamado "presentismo histórico" que consiste en analizar o someter a consideración hechos e incluso actitudes de otro tiempo con la mentalidad de la época actual.

Esta perspectiva del "presentismo histórico" es, en mi opinión, profundamente errónea. Como recordarán ustedes, en "Matar a un ruiseñor" escrita por la excelente novelista Harper Lee, y que con tanto éxito se llevó a la pantalla, se narra la historia de Tom Robins, un joven negro acusado falsamente de violar a una joven blanca. En la historia destaca la impresionante defensa que hace el abogado Atticus Finch del acusado, al que siendo inocente, condenan y acaba suicidándose. Pues bien, propugnar que por el empleo de la palabra "negrata" debe impedirse que los norteamericanos, de cualquier edad, puedan leer el maravilloso e instructivo relato ideado por Harper Lee carece de todo sentido y no hay argumento racional alguno que lo justifique.

Y ello porque llamar a un negro "negrata" no tenía en 1960, cuando se escribió la novela, un sentido tan peyorativo como puede tenerlo hoy. Y los lectores, incluso los menos avispados, sitúan la historia en el momento en el que sucedió y si entonces se llamaba "negrata" a un negro es mejor que se sepa que ocultarlo. Precisamente ese hecho es el que justifica que no deba emplearse en la actualidad. Pero la novela, además de resistir cualquier juicio de moralidad con la mentalidad de los años 60, es mucho más que esa palabra "negrata". Como dicen quienes la han valorado, Atticus Finch ha servido como ejemplo de moral para muchos lectores y como modelo de integridad para los abogados. Por eso, evitar que los jóvenes norteamericanos puedan acceder a este ejemplo humano, basándose en un juicio sumarísimo en el que se decide la moralidad de lo relatado, no con los parámetros de conducta de 1960, sino con los de hoy, es una locura, como lo son todos esos "perdones" que nos hacen pedir hoy por hechos realizados hace siglos, como la conquista de América, que se llevaron a cabo con la mentalidad de aquella época y no con la actual.

¡Ya está bien de serviles censores y de interesados utilizadores del fraudulento "presentismo histórico", que no son más que pájaros rapaces que se tiran en picado contra el ave fecunda de la libertad!