21 de octubre. Corremos hacia el cambio al horario de invierno, este próximo fin de semana, en lo que empiezan a ser los últimos días de este décimo mes del año. Mientras, el SARS-CoV-2 sigue empeñado en ganarnos la partida y, por lo que parece, no lo tiene demasiado difícil. La estupidez humana -ay, siempre tan presente- hace que un mero fragmento de ARN protegido por una lábil cápside tenga más visos de avanzar, y con ello perpetuarse, que los esfuerzos que hacemos con toda nuestra imponente materia gris para que ello no ocurra. ¿Será porque seguimos sin rendirnos a la racionalidad, manteniendo a las emociones como árbitro de casi todas nuestras acciones? Me rebelo contra ello, ya saben, y apelo a una estricta orientación a resultados, y a poner en el centro de la diana de todas nuestras aspiraciones a lo verdaderamente más importante: salvar vidas. Les contaba esto ya en el mes de febrero, en la antesala de la debacle, lo he ido manteniendo todos estos grises meses e insisto, más que nunca, en la idea. Déjense de veleidades, de puentes en Galicia en pleno estado de alarma, y vivamos este tiempo de guerra contra el patógeno verdaderamente como lo que es, cediendo en el terreno de las necesidades y los intereses de cada uno y concentrándonos todas y todos en que se pueda terminar bien todo esto algún día. Tuvimos a nuestro alcance políticas de erradicación de la pandemia pero no, por la presión de quien perdía demasiado en ello nos limitamos a intentar contenerla. Y, claro, ya ven cómo nos va.

Y, mientras, hoy asistimos a unos nuevos Juegos Florales en el Congreso, perfectamente orientados hacia la parroquia de cada uno de los intervinientes en dicha sede de la soberanía. Todos para escucharse a sí mismos y a sus incondicionales. Nada bueno desde el punto de vista del necesario consenso, de la no menos imprescindible lógica colectiva y de la definitiva articulación de medidas concretas, técnicas y bien procedimentadas, coherentes y compatibles entre sí, para frenar al SARS-CoV-2. O para, de una vez por todas, empujar al país al camino de la modernidad, por encima de prebendas consolidadas, hipertrofias institucionales que a nada conducen, y a una sangría de recursos que hace mella en los capítulos que a todos más nos afectan. Nos hacen falta ideas, buenas ideas. Más ingenieros y científicos y menos licenciados en Derecho en el poder. Y capacidades reales, frente a cachorros con barnices que saltan a la primera de cambio.

No me interpreten mal. Que tache de "Juegos Florales" a la vacía dinámica del lanzamiento de oratoria barata -poco elaborada y poco creíble- con la que se obsequian nuestros representantes en días como el de hoy, no implica animadversión alguna contra la poesía. Todo lo contrario, ya que disfruto con su lectura en muy diversos registros y, exclusivamente para disfrute personal y al margen de cualquier aspiración, hasta algo he ido escribiendo durante años. Pero sí, llamo de tal guisa a toda la retórica que se genere hoy en el Congreso de los Diputados porque sigue siendo lo de siempre: la confrontación de posturas inmovilistas, sonetos o versos libres al servicio de las macroestructuras interesadas que las sostienen, y con una conexión magra o nula con la verdadera realidad: la de los ciudadanos y las ciudadanas que esperan respuestas. Es la expresión máxima de la industria de la política, con actores crecidos a su calor y nada duchos en todo lo que no sea hablar por hablar, y especialmente abundante en nuestro país.

Pero tampoco nos despendolemos con esto último. No se trata de que los políticos de hoy no estén a la altura de la sociedad que representan, y que esta última sea mucho mejor. Tal imagen podría parecer hasta romántica, pero me temo que tiene poco de cierta. Más bien esa política de partido, calculadora y al servicio de la pervivencia de los que de ello se nutren, está muy imbricada en la forma de ser de la sociedad española. Un país hiperreglamentado, pero donde casi todo el mundo vive al margen de tal expresión de buenos deseos. Un territorio donde la picaresca del Lazarillo sigue, en parte, intacta, y donde otros modos mucho más sencillos en lo formal, pero orientados a sus fines y no a la mera exhibición del envoltorio, siguen siendo inéditos e imprescindibles. Sí, la política de partido española no es más que el reflejo de una sociedad que no da para más, a pesar de que algunos de los que hoy intervengan en el Congreso sigan apelando a supuestas glorias pasadas, vacuas y carentes de fundamento en la sociedad del siglo XXI. Puro márketing político, surgido de una prospección de mercado y la detección de un nicho hasta entonces vacío, y hoy cubierto por quien está al volante de una esperpéntica moción de censura.

Urgen otros modos y contenidos. Otra cultura, mucho más respetuosa con el otro y con lo de todos, donde las corruptelas diarias estén mal vistas, y donde la educación y la cultura sean, de una vez por todas, creíbles. Urge una mejor moral pública que empiece en una revisión profunda del yo, de forma que progresemos en exquisitez a la hora de tratar al otro y que, por efecto sumatorio, convierta al respeto en el valor más codiciado en todas nuestras interacciones. Urge otra dialéctica. Otra forma de hablar. Otros sonidos. Otro paradigma y otros horizontes, mucho más ambiciosos, y que podamos dejar en herencia a los que hoy comienzan a caminar. Otros muros de la patria mía, que cambien carcoma por luz, monólogos por consensos, endogamia por apertura y tradición por mérito personal. Hace falta romper tabúes porque estos, con el de la capacidad y la falta de ella al frente, están haciendo mucho daño en nuestras obsoletas instituciones.

21 de octubre, sí. Y seguimos en el año de la Marmota de las eternas luchas intestinas, para degradación de lo de todos, empezando por la calidad de nuestros servicios públicos. Ojalá haya luz al final del túnel. Ojalá.