Hoy, queridos amigos y lectores, quiero plantear aquí un órdago a algo bastante comúnmente aceptado. Y, entiéndanme, no con el ánimo de lastimar o de echar la palabrería a andar, sin más. Lo hago de un modo sincero, y con ánimo de aprender, de situarnos en un debate que a todos nos pueda aportar algo, aunque solo sea por el hecho de intentar argumentar sin salirnos del tiesto, que visto como está el panorama patrio y sus ilustres actores, no es poco ya. Y lo haré en el contexto de una conmemoración internacional, tal día como mañana, 29 de octubre, dedicada al decrecimiento económico. Sí, sobre eso quiero iniciar hoy un debate. ¿Decrecer? ¿Crecer? ¿Por qué?

Miren, este no es un tratado de Economía y dista mucho de ello, como saben ustedes. Y por eso puedo permitirme el lujo de no seguir a Keynes o a Milton Friedman, e incluso querer soñar un poco. Aunque, de todas formas, tampoco está muy claro que el sueño sea el mío, y que la ensoñación o hasta el delirio no radique en quien postuló o sigue el diseño de un perfecto mundo de productores y capitales, que es evidente que tampoco funciona demasiado bien, con sus defectos o fallos de mercado y sus periódicos ciclos involucionistas. Yo quiero ir más al núcleo de las cosas y plantearme las implicaciones del imperativo de siempre seguir creciendo, lo que predican al unísono todos los entendidos oficiales en esta cosa global que es la Economía o, en cambio, tratar de suavizar el impacto de nuestra actividad económica y, a partir de ahí, de todo lo demás.

Hace tiempo, la estabilidad de los recursos de nuestro planeta Tierra estaba basada en la profunda desigualdad entre los habitantes de los diferentes territorios. En eso y, también, en que la población total era notablemente inferior a la de hoy. Somos más que nunca y, no lo duden, bastantes menos que mañana. Me he tomado la molestia de visitar el contador global de población a la hora de escribir estas líneas y, justo a la hora de escribir la cifra, la misma se estima en 7.821.413.535 personas. Ahora que usted me lee la misma ya ha crecido bastante, y así seguimos. Con la mejora en la situación socioeconómica de amplias capas de población en países emergentes, el consumo se ha disparado en las más recientes décadas. Esto es positivo en cuanto a que muchas personas vivían antes en la penuria, y éticamente es bueno avanzar en igualdad. Y es que lo que quiero para mí, en buena lid, he de reivindicarlo también para los demás. Pero tales niveles de consumo, proyectados a toda la población que hoy tiene la capacidad de realizarlos, lo cual irá a más, plantean enormes dudas sobre la sostenibilidad global.

Como ejemplo, la carne de vacuno. La cantidad de agua y pastos necesarios para obtener un kilogramo de tal alimento es verdaderamente importante. Antes, como decía, el consumo de proteína animal de forma regular estaba bastante más restringido que hoy. Y, con todo, la necesidad de insumos básicos para sostener una ingente cabaña ganadera roza ya extremos difíciles de mantener, no solamente en cuanto a los recursos en sí, sino también al propio espacio donde verificarse tal actividad. Eso y, no lo olviden, las implicaciones en cuanto a generación de subproductos, no siempre demasiado biocompatibles y, a veces, incluso manifiestamente peligrosos. Un buen ejemplo son los purines de grandes explotaciones porcinas, cuya capacidad contaminante pone en peligro en no pocas ocasiones los reservorios de agua potable.

Con todo, habría que introducir limitaciones, de alguna manera en nuestro consumo, lo cual choca frontalmente con la idea de crecimiento continuado. Y me pregunto... ¿Qué quiero? ¿Qué necesito? Y, sobre todo, ¿qué no necesito, a pesar del enorme bombardeo cruzado en el sentido contrario?

La respuesta es compleja, sí. Pero lo cierto es que economistas de pro, como el estadounidense Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía, han puesto el dedo en la llaga en no pocas ocasiones. Porque el crecimiento del Producto Interior Bruto, el PIB, es una forma de monitorizar una economía, pero no la única y quizá no la mejor, ya que el mismo no se fija en términos como la equidad, la seguridad, el bienestar u otros elementos que, quizá, son muy importantes en esta ecuación global. Sobre ello he tenido la suerte de reflexionar con otras personas, hace ya años, en algún debate en ESADE o en otros foros académicos y sociales. Y así como es evidente que la respuesta no es sencilla ni inmediata, tampoco lo que hoy constituye ciencia normal en materia económica es lo óptimo. ¿Por qué? Pues porque a pesar de los muchos avances en múltiples aspectos, hay otros que se estancan o, como la desigualdad manifiesta impelida por nuestro modo de vida, están incluso en regresión.

Siempre hay alguna perspectiva desde la que lo importante es huir hacia adelante, seguir consumiendo y, así, estabilizar tendencias como la del empleo, tan preocupante y dura siempre en nuestro país y, particularmente, ahora. Pero... ¿no entramos así en una espiral desintegradora que solo nos da pan para hoy pero, quizá, más hambre para mañana? ¿No deberíamos ir mucho más al largo plazo y, con tal perspectiva, intentar diseñar modos y maneras mucho más allá de lo que nos puede arreglar ahora la papeleta, mirando al mundo del mañana? Sí, ya sé que usted y yo estamos aquí y ahora, y que bastante tenemos ya con sacarnos las castañas del fuego, pero... ¿de verdad no se puede organizar esto un poquito más hacia la sostenibilidad?

Decrecer es una opción, y yo intuyo que por ahí irá algo de lo que nos puede esbozar un mejor futuro. Decrecer en conjunto, pero también redistribuyendo la capacidad de generar renta y permear esta de un modo algo más plano. En mi vida diaria he incorporado algunos elementos de este estilo desde hace años, y la verdad es que estoy contento con algunos resultados. Cosas pequeñas, que muchas otras personas practican. Desde el origen de lo que consumo, hasta la cantidad, pasando por la optimización de lo que gasto en algunos ámbitos o a quién se lo compro en términos de redistribución. Sé que hay personas muy activas en esta tesitura, pero aún así constituye una fracción pequeña de la población, cuya reflexión, trabajo y militancia ha de ser divulgada para que los demás tengan la oportunidad de hacer algo parecido, si lo estiman oportuno.

Lo cierto es que el crecimiento continuado no deja de ser un espejismo que se autorregula, de forma bastante dramática, cada cierto tiempo, llevándose por delante vidas y anhelos, y lastimando a los más vulnerables. En la víspera de un día como el de mañana, 29 de octubre, aniversario de la devastadora crisis sucedida en 1929, y cuyas consecuencias duraron décadas, es una buena jornada para reflexionar sobre todo esto...