Había pensado empezar estas líneas mostrando mi desconcierto con la gestión de esta crisis en sesión continua que nos asola (y no me refiero a la vida, así en general, que también podría ser, pero no). Había pensado decir, con briosa contundencia, que tengo la impresión de que los políticos y sus partidos han tocado fondo, que su incompetencia y sectarismo resultan nauseabundos (cuando el Gobierno central impone medidas, las Comunidades Autónomas se oponen. Cuando el Gobierno contemporiza, son las Comunidades quienes desenfundan sus propias restricciones con las que señalar la aparente inacción del Gobierno. Invertir en Sanidad no se le ocurre a nadie, eso siempre es responsabilidad de otro. En A Coruña, por ejemplo, la hostelería está cerrada, las calles vacías, la gente sola, los adolescentes, esos malvados, encerrados en sus habitaciones; y la lluvia igual que siempre. Mientras tanto, en Madrid la fiesta continúa y las autoridades animan a la gente a tomar "cañitas" en el interior de bares atestados, sin distancias de seguridad ni mascarillas y con explícito contubernio entre no convivientes, según atestiguan las fotografías que publican los periódicos y los propios capitalinos en sus redes sociales ante el palurdo asombro de nuestros ojos provincianos). Había pensado ponerme amargo, quejarme mucho, quedarme a gusto, pero hasta aquí pude llegar antes de que me invadiese un soberano hartazgo. Hay quien luce en sus pandémicos rostros agudas mascarillas con mensaje: Puto virus, leo muchas veces. Qué insensatez, pienso: "Putos idiotas", debería poner, en referencia a todos nosotros (no vayamos a herir sensibilidades). Hartazgo: del hipócrita juego de la política, de las cloacas monárquicas, de la inmoralidad financiera (el verdadero puto virus de nuestros días), de la soberbia ignorancia y del rencor embrutecido que proclaman unas y otros a través de las reverenciadas redes y las fulleras televisiones. Hartazgo de repetirme, del estrecho círculo obsesivo de mis lamentaciones.

Así que decido poner punto y aparte y darle la espalda a la estupidez y al desencanto y volver la mirada hacia asuntos más amables, "aquellas pequeñas cosas" que le hacen a uno la vida más rica y sugestiva, como la noticia de la concesión del Premio Médicis a mi admirado Antonio Muñoz Molina por su novela Un andar solitario entre la gente, un reconocimiento a la gran literatura. La escritura de Muñoz Molina, como la de los grandes escritores literarios, es un refugio para la inteligencia y el humanismo, para la reflexión sosegada en medio de todo el ruido y la frivolidad de nuestras aceleradas vidas; como Sentimental, la nueva y excelente película de Cesc Gay, que M. y yo disfrutamos en una sala casi vacía (un escenario muy parecido al de antes de la pandemia) y que nos hizo reír con su lúcido retrato de las relaciones de pareja, unos actores de diez y un guion de quitarse el sombrero. ¿Qué más? Me lo estoy pasando en grande leyendo Cáscara de nuez, de Ian McEwan, y ya espera en mi mesilla lo último de Don DeLillo, El silencio. Ahora solo me queda pasar por Vinos Arana y aprovisionarme para otro pandémico fin de semana.

*Escritor