Frecuento una farmacia que ha habilitado un trozo de pared a modo de pizarra para que chicos y mayores dibujemos con tizas de colores lo que nos brote. Siempre fui un pintamonas, y allí dibujo monigotes aludiendo a las curas, uno llorando porque tiene pupa, o alegre porque ya no le duele, etc., y usuarios que ya reconocen el personaje me dicen que voy dejando huella, pero una huella muy efímera porque con el borrador aquello desaparece. Relacionado con esta farmacia recuerdo algo que sí dejó marca. Es el caso de la anterior titular de esa misma farmacia que colaboraba generosamente con el vecino Colegio Mayor La Estila en las actividades asistenciales que en los veranos hacían un grupo de universitarios en poblados de Kenia y Uganda; estos muchachos iban allí a servir de todo, a enseñar cómo lavarse y menudencias higiénicas, instruir en las letras, mejorar la techumbre de la escuela y todo lo que se terciaba. La modesta ayuda de las personas que colaboraban se transformaba en lápices, rotuladores, cuadernos, pizarrines, pastillas de jabón, etc. Eso sí que, sin duda, deja huella en la gloria eterna que premia a quienes se desviven por los demás, a los estudiantes que entregan sus vacaciones para que unos críos africanos disfruten y a los donantes que aportan unos euros para que pueda llevarse a cabo acciones así.