Hace tiempo que dejamos de ser ciudadanos para convertirnos en consumidores. Ni siquiera vivimos y nos organizamos ya en ciudades o países, sino en marcas que utilizan complejos planes de márquetin y comunicación para consolidar su posición en el mercado global, donde absolutamente todo y todos estamos a la venta. Somos a la vez eso que llaman el capital humano (mano de obra en perpetua precariedad) y los imprescindibles engullidores de productos y servicios que posibilitan que la rueda productiva gire y no se detenga. Todo ello en beneficio (monstruoso) de un reducido grupo de humanos que viven, a nuestra costa, en otro nivel de realidad.

Para que todo este engranaje funcione sin grandes sobresaltos es necesario mantenernos lo suficientemente ocupados en tareas de diversa complejidad a lo largo de la semana, concediéndonos, por supuesto, breves momentos de asueto que nos permitan abastecernos de productos y servicios capaces de generar esa vaga ilusión de bienestar y prosperidad que produce la acumulación.

Así que, un día cualquiera, al salir de trabajar y darte de bruces con la negrura del polígono, o con las provocativas luces comerciales de la ciudad, después de haber visto pasar las diferentes tonalidades de luz diurna a través de la ventana (con suerte) de la oficina, te apresuras para hacer la compra o para llevar a los niños de un sitio a otro, de una actividad a otra, de una clase a otra, de una ocupación a otra, y llegar a casa con el tiempo justo para poner un poco de orden, desesperarte por la estúpida cantidad de deberes que a estas horas tus hijos todavía tienen pendientes, duchas, cenas y, finalmente, dejarte caer como un rey en el sofá para disfrutar durante unos cinco minutos de la inabarcable oferta de series y películas de todas las plataformas de streaming que tienes contratadas, antes de empezar a roncar en infausta posición para tus cervicales. Y todavía estás en falta: ¿qué hay del ejercicio, del estilo de vida saludable al que todos deberíamos aspirar según nos cuentan? ¿Has comido fruta y verduras suficientes? ¿Has dedicado tiempo a la cocina, a los guisos nutritivos, a la comida casera de toda la vida? ¿Te has parado a reciclar convenientemente tus residuos? ¿Y qué me dices de la lectura?, ¿has tenido tiempo de pasar por una librería y detenerte a echar un ojo en las estanterías más allá de las comerciales mesas de novedades? Y ya en casa, ¿no te has repantingado con dos o tres horas por delante en tu orejero favorito, sin otra cosa que hacer que discurrir perezosamente a través de las gozosas palabras de algún esforzado autor contemporáneo? Porque a ver, leer es muy importante, nos lo dice todo el mundo (lo que no nos dicen es que para ello hace falta tiempo rico y ocioso). Supongamos, además, que en algún momento del día te has leído dos o tres periódicos para estar convenientemente informado y no dejarte manipular por unos y otros o por la naif bobería de las redes.

Al menos con el virus, de vida social ni hablamos.

*Escritor