La vida humana puede dividirse convencionalmente en cinco períodos o edades: la infancia, la adolescencia, la juventud, la adultez, y la senectud. Estas cinco etapas son sucesivas y entre ellas no hay solución de continuidad: el abandono de una supone el ingreso inmediato en la siguiente. Además, son etapas permanentes en el sentido de que siempre hay personas, aunque distintas cada vez, comprendidas en esas franjas de edad. De todas estas etapas, la que ahora me interesa es la adolescencia y precisamente para reflexionar sobre los rasgos y el peso social de los adolescentes de antaño y de los hoy.

En la literatura hay novelas que tratan sobre la adolescencia, como por ejemplo El adolescente de Dostoievski de 1875. Pero hay una obra, la novela corta Ardiente secreto de Stefan Zweig, publicada por en 1911, que es especialmente interesante porque describe cómo eran en aquella época la vida y los sentimientos del adolescente Edgar, de 12 años.

De cómo era la vida diaria de Edgar, antes de conocer al barón (que es el personaje central de la novela), escribe Zweig que era un muchacho indeciso que se pasaba el día deambulando de un lado a otro del hotel, un estorbo para todo el mundo que entablaba conversación con el personal del establecimiento, que procuraba esquivarlo cortésmente y que solo le prestaba atención cuando se lo permitía su trabajo. Sobre los sentimientos que provocó en el adolescente el hecho de que por primera vez en su vida le hiciera caso el barón, relata:

“Esa noche durmió mal. En él se confundían la dicha y la desesperación infantil. Y es que había ocurrido algo nuevo en su vida. Por primera vez había intervenido en los destinos de las personas mayores. Ya medio en sueños, olvidó su propia niñez e imaginó que de golpe se había hecho mayor… Un sentimiento imponderable, nunca explotado, se había mantenido aquí a la espera y ahora se precipitaba con los brazos abiertos sobre la primera persona que parecía merecerlo. Edgar yacía en la oscuridad, feliz, desconcertado, quería reír y no podía evitar el llanto… Toda la pasión inmadura de sus pocos años estrechaba la imagen de aquel hombre, cuyo nombre hacía apenas unas horas que conocía… Hasta entonces, cuando había tenido un compañero al que apreciaba, lo primero que había hecho era compartir con él algunos de los pequeños objetos de valor que guardaba en su pupitre, sellos y piedras, la infantil propiedad de la niñez, pero ahora todas aquellas cosas, todavía de gran importancia, le parecían de golpe devaluadas, ridículas y despreciables… Sentía de un modo cada vez más acuciante el tormento que suponía ser pequeño, algo hecho a medias, inmaduro, una criatura de doce años”.

Pues bien, las preguntas que me hago son si hoy, al comienzo de la segunda década del siglo XXI, la adolescencia tiene tan poco peso en el entorno social como le sucedía a Edgar a comienzos del siglo XX; y si en la actualidad los adolescentes poseen unos sentimientos semejantes a los que tenían entonces.

Los psicólogos (vid. Irene García, blog Bitácora de GPC) afirman que el primer cambio de la adolescencia en nuestra sociedad del bienestar es que se ha convertido en una etapa más larga y compleja: se inicia cada vez con más antelación y se acaba más tardíamente. Por otra parte, califican a los adolescentes de hoy como “los hijos de internet”, que ya no son invisibles como las generaciones anteriores, sino que se han convertido en nuevos ciudadanos de la nación digital.

Y es que el nuevo adolescente es un “consumista” que ocupa una posición muy relevante en la economía familiar que lo dota, hoy como nunca, de medios para comprar, convirtiéndolo así en objetivo de las principales empresas del mercado (de música, moda, belleza, deporte, juegos digitales, telefonía, etc.). Eso explica que en las familias con una economía suficiente, lejos de integrarse con su entorno familiar, los adolescentes tienden a recluirse en su habitación, que es un espacio propio y exclusivo, en el que disponen de todo lo necesario para vivir encerrados en su mundo (móviles, videoconsolas, ordenador, televisión, tabletas, etc.). Las habitaciones de los adolescentes se convierten así en reductos donde pueden estar físicamente con sus amigos o jugar conectados con ellos, sin salir cada uno de su casa, con los instrumentos telemáticos. Desde el punto de vista colectivo, los adolescentes de hoy son protagonistas de nuevos fenómenos sociales, como las reuniones por grupos independientes que concurren a un lugar, generalmente, en descampados, en los que se reúnen para hablar y en algunos casos de precocidad para hacer botellones.

Es claro, pues, que la posición del adolescente en la vida actual es notablemente diferente a la de los de las generaciones precedentes, razón por la cual pienso que también ha habido un cambio importante en los rasgos conformadores de su personalidad. No creo que hayan dejado de moverse principalmente por las emociones y estoy seguro de que siguen pasando por la conocida “edad del pavo”. Pero pienso también que por el hecho de tener mucho más peso en la familia y en la sociedad —aquí, insisto, como objetivo de marketing— seguramente sentirán que ya no son sujetos ninguneados y a los que se trata de esquivar, sino que se han convertido en “ciudadanos de primera” a los que el resto de la familia no deja de prestarles una atención especial.