Los indicadores apuntan a que Galicia empieza a dejar atrás lo peor de la segunda ola, que ya suma más fallecidos que la primera, pero el peligro continúa. Noviembre fue el segundo peor mes de la pandemia. Una tragedia, pese a que el balance es menos virulento que en otras muchas regiones. La situación en España es de alto riesgo, aunque según Sanidad ha dejado de ser extremo, por lo que con las Navidades a la vuelta de la esquina y los sectores castigados por los cierres completamente exhaustos, las medidas restrictivas ya comenzaron a suavizarse. Y es lógico, porque la vida necesita continuar y porque nadie puede blindarse para siempre. Tenemos que prepararnos para coexistir un tiempo con el enemigo. Solo hay una forma de conseguirlo: con prudencia y responsabilidad. La victoria empieza en cada uno.

Galicia arrancó el viernes, primer día de la “nueva” desescalada —diferenciada por territorios al igual que la reapertura limitada de la hostelería— con cifras esperanzadoras en cuanto a la bajada de casos activos y hospitalizaciones, aunque todavía con un repunte de contagios diarios, tras un mes de duras restricciones. Casi 300 casos activos menos en una jornada y un 30% menos de ingresados en la UCI en una semana. Sin embargo, el Covid-19 no da tregua en lo que a mortalidad se refiere. En la primera oleada de la pandemia fallecieron en Galicia 619 personas, la última el 11 de junio. Desde esa fecha, con la incidencia en mínimos, no se notificó una nueva muerte hasta el 7 de agosto. Fue el punto de partida de la segunda ola. A partir de entonces se han registrado ya otras 631 defunciones, la mitad de ellas en noviembre. Pese a la tragedia, es la tercera comunidad española con menos casos de coronavirus por cada cien mil habitantes.

Lo ocurrido en nuestro país, el salto de la primera a la segunda ola, lo que pasó y lo que vino después, en algún momento y por alguna razón concreta, obliga a desentrañar con precisión las causas. Exige un preciso análisis de causas, fundamental para que la debacle no se repita. Extraer lecciones y deliberar sin rencores, con humildad y generosidad, sobre nuestras debilidades y cómo superarlas. También en Galicia, donde el rápido deterioro de la situación tras el verano obligó a resetear el sistema.

Noviembre fue igualmente un periodo dramático para el mercado laboral. La incidencia del patógeno baja, pero su impacto en la economía se desborda. El mes se cerró con 187.472 gallegos en paro, casi 22.000 más que hace un año. El impacto en la hostelería, con su cierre y los confinamientos perimetrales, elevó un 46% la cifra de trabajadores en ERTE en la comunidad. La ayuda, exigua, no alcanza. Los afectados notan la penuria.

La ciudadanía comprende la delicada situación, en especial la de los principales afectados, hosteleros y comerciantes. Con el agua al cuello, motivos para la indignación les sobran, aunque las reacciones viscerales por el agobio nunca resultan aconsejables. Salud y actividad, el dilema. El choque perenne desde el inicio de esta plaga y el más complicado de manejar. Una ecuación a resolver con medidas equilibradas y proporcionales. Tumbar la curva sin arrasar las empresas.

De nuevo se repite el drama de las residencias geriátricas en todo el país. La incapacidad para revisar su modelo supone un pecado de ineficacia intolerable. En las escuelas o en los hospitales, por citar lugares expuestos a muchas interacciones y con ingresados vulnerables, no surgen brotes de un calado semejante.

Estos meses terribles desde febrero sí dejan sentadas algunas evidencias. Contábamos en España, según la opinión general, con la mejor sanidad del mundo. La complacencia llevó a ignorar sus estrecheces. Sin cohesión suficiente, ni funcionaba como un reloj, ni gozaba de tantos puntos fuertes. El patrón asistencial quedó desfasado, con métodos de información e intercambio de datos precarios, con una dispersión de competencias aberrante y pautas inadecuadas de tratamiento ante necesidades complejas. Habrá que acometer una revisión a fondo del sistema cuanto antes. Seguir colocando parches para salir del atolladero y aguardar a la siguiente crisis no constituye una opción.

El éxito consiste en reducir a la mínima expresión la circulación del coronavirus, no en encarcelar a la población sin distinciones. La vacuna tardará. La promesa de su aplicación inmediata ni es realista, ni resuelve el laberinto de la propagación de las infecciones. El agotamiento puede con los sanitarios, muy tocados psicológicamente. Merecen más aplausos ahora que durante el primer embate. Para que las prestaciones a los sectores castigados surtan efecto tienen que ser directas, suficientes y ágiles. Tampoco Galicia puede permitirse, ni sanitaria, ni económicamente, retroceder, prolongar en demasía nuevas y severas limitaciones, aunque de la sociedad en su conjunto dependerá sortear eventuales enclaustramientos.

Atajar los repuntes exige compromiso y sensatez individuales, y también iniciativas distintas que descubran masivamente los casos y sus puntos neurálgicos para intervenir por anticipado sobre ellos. Los cribados a bulto llegaron siempre tarde. No cabe esperar un desenlace distinto en nuestro país repitiendo los criterios que nos han traído hasta aquí. La prevención de la tercera ola empieza ahora mismo. Su estrategia ya debería estar definida y en marcha.