Buenos días, amigos y amigas. Si nos leemos, esto significa que estamos aquí y ahora, y con ánimo de rompernos la cabeza con esto de los temas que nos importan a todos, que no es poco ya. Si, además, nos encontramos razonablemente bien, mejor que mejor. Y considerando que, a estas alturas, hay países que ya desarrollan campañas de vacunación contra lo que nos está teniendo en vilo desde hace casi un año, la cosa pinta bien. Pero ya saben, habrá que esperar sin echar las campanas al vuelo. Contención, prudencia, civismo, responsabilidad y cuidado. Creo que, con todos esos ingredientes, estaremos en el buen camino...

Tal visión, en principio optimista, no debe pasar por alto los difíciles momentos socioeconómicos que estamos viviendo, con muchas personas enfrentadas a una severísima caída de todo tipo de ingresos y muchas dificultades añadidas, en un contexto de alto nivel estructural de desempleo, agravado hasta el infinito por la pandemia y sus consecuencias. Aún así, seguimos disfrutando todas y todos de un contexto que, al margen de las dificultades —que las hay, y muchas— sigue salvaguardando importantes derechos para todas las personas. No llega, pero es un punto de partida fundamental e imprescindible, que no coincide —ni mucho menos— con lo que pasa en general en el mundo. Porque a las dificultades operativas de intentar sobrevivir cada día, para muchas personas la existencia es un infierno por el trato al que se ven sometidas, por diferentes causas. Esto es importante recordarlo siempre, y más en un día como hoy, antesala de un nuevo 10 de diciembre, Día Internacional de los Derechos Humanos. Sí. Esos derechos que, en el fondo, tantas veces son papel mojado, pero cuya mera existencia supone la posibilidad de que algún día haya una luz al final del túnel. Y es que hoy se sigue sufriendo, en diferentes partes del mundo, por múltiples aspectos propios de la persona, sin que hasta hace relativamente muy poco existiese al menos un paraguas intencional que tratase de revertir todo ello. En efecto, no fue hasta el 10 de diciembre de 1948 cuando la comunidad internacional adoptó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, de la mano de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Y esta, a pesar de haber sido ratificada por la mayoría de los países, sigue un camino tortuoso a la hora de ser llevada a la práctica.

Se trata de un documento histórico que proclama los derechos inalienables que corresponden a toda persona como ser humano, independientemente de su raza, color, religión, sexo, idioma, opinión política o de otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición de la misma. Algo que puede y debe ser asumido por todos nosotros desde postulados filosóficos, espirituales, filantrópicos o prácticos, pero que también nos sale a cuenta cuando buscamos protegernos a nosotros mismos. Porque, miren, si de algo ha servido esta pesadilla del Covid-19 ha sido para que entendamos que, sobre la faz de La Tierra, o estamos todos mejor o todos peor, sin que quepan medias tintas. Dicho de otra manera, que los grandes problemas de la Humanidad nos afectan a todos (y, sobre todo, a todas). Y que, a la larga, o diseñamos algo más justo o inclusivo, o aquí peligra hasta el más pintado, por mucho que a veces nos podamos sentir indestructibles.

En esa línea, Naciones Unidas propone que la recuperación tras el Covid, cuando llegue, sea una oportunidad para mejorar el mundo que conocíamos. Que no sea más de lo mismo. Que entendamos el mensaje y cuidemos el entorno y a nuestros semejantes desde diferentes líneas de acción. La organización multilateral, en concreto, afirma que es el momento clave para dar pasos en la erradicación de cualquier tipo de discriminación, de actuar frente a las desigualdades, de impulsar la participación y la solidaridad y, además, de impulsar el desarrollo sostenible. Ahí es nada. Es todo. Es un proyecto de vida, pero ni mío, ni suyo ni del de más allá. De todos. Es aquí y ahora que, juntos, podemos crear algo mágico...

Y no, no se trata de idealismo, sino de pragmatismo. Sé en que mundo vivo y qué tengo alrededor. Sé la falta de sensibilidad en mil y un temas críticos. Y sé, queridos amigos y amigas, que estas líneas las escribo en el momento en que el agua —como alguien profetizó hace tiempo— comienza a comercializarse ya en el mercado de futuros de Wall Street, por temor a la escasez. O por oportunidad de negocio para unos, y muerte y miseria para los más... Como siempre. Sí, sé en qué mundo vivo, y no permanezco al margen del conocimiento de la naturaleza de muchas personas y grupos humanos organizados para medrar a cualquier precio, al margen de las consecuencias para los demás. Pero es necesario otro punto de vista, otra fuerza vital que, con su concurso, contribuya a equilibrar y a limitar muchas aspiraciones basadas únicamente en la codicia. En todas las codicias.

Nunca creí en los siniestros mercados de futuros, y les expliqué en muchas ocasiones por qué. Vi de primera mano cómo su existencia implica sobrecostes en el choclo o el millo -maíz-, en distintos países de América, llevando a la hambruna a aldeas, comarcas y regiones enteras. Y conocí la presión de los coyotes cafetaleros a pie de finca, o pude saber —por otros, bien informados— de la de las multinacionales extractivas en el corazón de África. Y pienso, honestamente, que es posible un cierto decrecimiento manteniendo la iniciativa personal y colectiva, que sitúe la acción humana fuera de la escala de la codicia, desde el conocimiento y el discurso sosegado, el diálogo y el pacto en que todos ganemos. Esa es mi lógica y, en consecuencia, quiero ser optimista y lo soy, a pesar de saber qué ocurre y cómo se las gasta la dinámica actual, que trata como simple defecto del mercado al hundimiento de la economía —y, por ende, de la organización social— de poblaciones enteras. Pero los derechos socioeconómicos de las personas son parte de los derechos humanos y debemos ser capaces de dibujar otros escenarios, que los salvaguarden y protejan. Feliz Día de los Derechos Humanos, mañana, 10 de diciembre. Por ti. Por mí. Por todas y todos. Por la Humanidad.