Muchas veces les he contado que, en las diferentes ocasiones en que pude escuchar o leer a Arcadi Oliveres, economista y expresidente de Justicia y Paz, uno de sus temas recurrentes era el de, simplificando, las causas de las guerras. Y en más de una ocasión le oí en directo utilizar una licencia literaria que, a menudo, también me he permitido usar. Él decía en tales ocasiones que las causas de las guerras son de tres tipos. Por un lado, las razones económicas. Por otro, las razones económicas. Y que, a veces, también sucede que las causas de las guerras son razones de tipo económico. Ya lo ven, en su fundamentada opinión, siempre que surge un conflicto hay que mirar, para entenderlo, los intereses que con el mismo tratan de dirimirse. Y no debe de andar equivocado el señor Oliveres, porque si uno mira profundamente a las razones que subyacen tras diversas crisis, la máxima de que hay “chicha que cortar” detrás de lo que se presenta como otra cosa, siempre se cumple. De guerras por razones supuestamente humanitarias (?) que escondieron en su día la querencia por el control de las grandes rutas gasísticas, hasta presuntos conflictos tribales en el corazón de África tras los que huele a coltán, a diamantes o a cualquier otro objeto de deseo.

Otro clásico, también hablando sobre las razones de las guerras, advertía hace tiempo ya que “los conflictos del futuro estarían motivados por el control del agua”. Leyendo eso en días como estos pasados, en nuestra húmeda Galicia, la verdad es que todo ello suena un poco distópico. ¿Guerra por el agua? ¡Anda yaaa! Pero si uno se toma la molestia de analizar diferentes movimientos geoestratégicos, de echarle un vistazo a la cantidad y calidad del agua en los diferentes territorios sobre la superficie del planeta y un par de cuentas más, a lo mejor la cosa no va tan descaminada, no... ¿Será el agua un próximo objeto de deseo hasta el punto de que sea el desencadenante de conflictos futuros?

La guinda del pastel, que evidencia que se está estableciendo un nuevo paradigma en el control del agua, ha surgido estos días. Y esta no tiene naturaleza clásicamente bélica, de esa con tanques, aviones y tropas, pero puede suponer una ofensiva mucho mayor, habida cuenta de que muchas de las guerras de hoy se libran en los despachos, en las grandes compañías y en las relaciones de poder. El titular decía algo así como que el agua de California ya cotiza, desde el 7 de diciembre, en el mercado de futuros de Wall Street. Y eso, amigos, supone el inicio de una guerra futura. Ni más ni menos, se empeñe quien se empeñe en decir que no, blanqueando tal hecho como le venga en gana.

Miren, les he contado más de una vez que conocí aldeas en Centroamérica, en lugares donde el alimento de la población es fundamentalmente maíz y frijol, donde el hambre iba asociado, precisamente, a las fluctuaciones en el mercado de futuros de materias primas agrícolas de Wall Street. Lo mismo en África, en zonas clásicas de hambruna ligada a la sequía, y donde el disponer de insumos básicos para la alimentación es muy complejo cuando el precio de los mismos es objeto de toda una ingeniería absolutamente ficticia, destinada únicamente a arañar unos céntimos por aquí y por allí por parte de quien especula. Cuando eso se hace con volúmenes inmensos de transacciones, el resultado puede ser un “pelotazo” descomunal que implique enormes ganancias en poco tiempo. Pero, ¿cuál es la consecuencia de todo ello? Si quieren, se lo puedo contar en dólares o, directamente, en seres humanos tirados por los caminos, víctimas del hambre. Mis ojos los han visto, sí, y busqué respuestas a preguntas que te llevaban, indefectiblemente, a los grandes mercados de materias primas y sus negocios en futuros, lejanos, asépticos y directamente implicados en la debacle. Les puedo recomendar alguna bibliografía, si quieren.

Que el agua cotice como un futuro implicará cambios en la dinámica de los precios, con ganancias y pérdidas millonarias para los especuladores según esta evolucione. Que el agua cotice como un futuro significará un punto más de lejanía respecto a su consideración de servicio social básico. Y que el agua sea un rubro de tales características no será una anécdota. Cerca nos quedan los ecos de la anterior crisis financiera, donde los futuros de alimentos básicos sirvieron como valor refugio de los grandes capitales desplazados de otro tipo de mercados, como los inmobiliarios. En aquella ocasión, la alta demanda de inversión en futuros de maíz o trigo pulverizó cualquier volumen anterior. Y las subidas generalizadas de precios tuvieron consecuencias terribles para personas vulnerables en territorios lejanos, en términos de hambre y muerte, en el sentido que les contaba en el párrafo anterior. ¿Saben ustedes que, según la FAO —agencia de Naciones Unidas para la agricultura y alimentación— el 98% de las transacciones en futuros no llegan a materializarse, y que suponen solamente un instrumento no productivo, parásito y especulativo de enriquecimiento?

Dicen que la excusa para que el agua esté en el mercado de futuros de materias primas ha sido la escasez de agua en ese estado norteamericano, fértil y con una enorme producción agrícola, y cuya afectación por grandes incendios ha influido negativamente en la reserva del preciado líquido. Pero no se engañen, el inicio de este nuevo paradigma traspasará las fronteras de Estados Unidos y de América, porque creo sinceramente que ha llegado para instalarse. Es la primera piedra de la instauración de un nuevo objeto de deseo, largamente acariciado por quien lo codicia todo. No ya lo que fabrica o puede fabricar, sino lo que extrae del planeta y que, en buena lid, quizá debería tener otra consideración en cuanto a su régimen de propiedad.

Tiemblen. Han llegado las guerras del agua. Sea sobre el parqué o a torta limpia. Pero les aseguro que su impacto será negativo y que afectará a la globalidad del planeta. Y a sus moradores, por descontado...