Buen día tengan ustedes, en esta jornada en la que nos aproximamos definitivamente al final de este 2020. Al solsticio de invierno, que tendrá lugar dentro de solamente cinco días, el próximo lunes 21 de diciembre. Al momento en el que la posición del Sol en el cielo se encuentra a la mayor distancia angular negativa del ecuador celeste. Un momento de ancestral celebración, ligada a lo telúrico y a lo cósmico. El momento en que comienza oficialmente el invierno, que se extenderá hasta la primavera. Un instante mágico, y al que estamos llamados próximamente.

Paralelamente, la vida sigue, combinándose lo más prosaico y lo más excelso de nuestra propia huella en el planeta. Ahí vamos, capeando el temporal, mientras termina de llegar esa agua de mayo que será el primer aldabonazo contra el SARS-CoV-2. Sí, claro, me refiero a la vacuna. O, mejor dicho, al conjunto de las diferentes vacunas, obtenidas mediante conceptualizaciones y procedimientos distintos, y que esperamos nos permitan volver, poco a poco y sin prisas peligrosas, a una existencia más parecida a como la conocimos antes.

Pero algo habrá cambiado, porque toda huella que nos impacta deja su rastro en todos nosotros. Y esta etapa formará parte del acervo de nuestros aprendizajes, de nuestros recuerdos y, en definitiva, del poso que nos va dejando la vida. De todo ello y de nuestras expectativas como personas, que no dejan de ser los mimbres a los que nos aferramos para tratar de dirigir y construir, en todo momento, el resto de nuestra vida.

Y sobre expectativas quería hablarles, a tenor de algo que constato en estos días. La cosa surge a partir del proceso de calificación de alumnos de Bachillerato, pero esto es lo de menos. En general, se trata de una intuición sobre las expectativas, en la que me vengo fijando de antes, pero que en este momento noto más exacerbada. Ya me dirán qué les parece. La cuestión es que, inmersos en tal proceso de calificación de lo que no es más que la primera evaluación, un mero indicador para conocer todos —alumnado, profesorado y familias— cómo va cada persona en particular y el grupo en general, nunca había visto tantas emociones, tanta querencia por el aquí y el ahora, tanto sufrimiento por lo que tiene que ser ya, absolutamente ya, sin escuchar a quien les aconseja, con sabiduría, que den tiempo al tiempo, que el curso está por construir y que tiempo hay de sobra para enmendar los posibles errores y tejer los mecanismos oportunos para que, a partir de tal cambio, los resultados sean mejores. Pero no, las expectativas están ahí, y las noto muy a flor de piel y muy rigurosas.

En realidad, como les decía, es algo cuya evolución había observado antes en otros ámbitos bien distintos. Y, me pregunto... ¿será esto también consecuencia del fuerte golpe recibido por esta sociedad, motivado por la pandemia y sus diferentes consecuencias en muy diversos ámbitos? ¿Hemos evolucionado un poco más hacia una cultura de las sensaciones y de los momentos, creyendo menos en nuestro propio futuro y en la proyección de nosotros mismos a través de él? ¿Quizá vivimos un poco más de espaldas a tal hipotético futuro —que hoy no existe, y que en realidad no es más que una forma de llamar a los presentes que vendrán— afrontándolo con más escepticismo? ¿Queremos atarlo todo ya? ¿Les ha pasado a ustedes algo igual? ¿Somos una cultura un poquito más instalada en el carpe diem? ¿Es un signo distintivo de nuestros individuos más jóvenes?

En fin, ya ven... Disquisiciones de fin de año aciago, cerca de ese mágico solsticio, al tiempo que a cuatro manos apuro el sistemático y metódico final de atar todos los cabos en ese final del proceso de esta primera evaluación, mientras me comunico con ustedes. Ya saben, sigan cuidándose mucho mientras se dirime la evolución de cada una de las armas que, como grupo humano organizado, le estamos preparando a ese autoinvitado incómodo que es el coronavirus, para intentar alejarlo de nuestras vidas. Porque sí, amigos y amigas, esa es la mejor opción, vista la capacidad infectiva y el complejo y aún oscuro mecanismo de agravamiento de la enfermedad, que creo que dista mucho aún de ser descrito en su totalidad en las principales publicaciones científicas. Poco a poco y tiempo al tiempo... Y, mientras, no se líen en si van a cenar cuatro o cuatrocientos. Yo, como les decía hace poco, cambiaré el estar con mi familia —como he hecho toda la vida, y que sería especialmente necesario este año por aquello de arroparse por los que ya no están— por casi la completa soledad. Y, si el fin es bueno, el acto lo será también. Tiempo al tiempo... Y es que todo es cuestión, como veíamos antes, de expectativas... No la fastidiemos por correr demasiado... En nada.