Concepción Arenal ha pasado a la historia como aquella mujer intrépida que se disfrazó de hombre para poder asistir a clase de Derecho en la Universidad Central de Madrid en una época, 1842, en el que el acceso de las mujeres a la enseñanza superior estaba prohibido. Aquella muchacha gallega, de familia bien y educada en un colegio de señoritas, quería ser abogada y, con 21 años, se cortó el pelo, se vistió con pantalones, levita y sombrero y se coló entre los alumnos, todos varones, por supuesto. Cuando fue descubierta, tras haber superado con buena nota su examen y una vez sofocado el escándalo inicial, el rector resolvió que podía seguir estudiando, pero separada de sus compañeros. Amelia Valcárcel describe en uno de sus libros, Feminismo en un mundo global, el ceremonial ridículo al que Concepción Arenal tenía que someterse cada día. Era tratada como una niña, a la que cada día un familiar tenía que conducir hasta la puerta del claustro de la Universidad, allí la recogía un profesor y la depositaba en una sala, aislada de sus compañeros, no se sentaba en el aula con ellos más que el tiempo estrictamente necesario para escuchar las explicaciones del docente de turno. Teniendo en cuenta que con el tiempo aquella joven y tenaz estudiante se revelaría como una de las grandes pensadoras españolas, de finísima inteligencia y con una sensibilidad excepcional, es de imaginar que aquella situación debía resultar para ella profundamente humillante.

Concepción Arenal está considerada como una precursora del feminismo en España. Su honda preocupación por el bienestar de sus semejantes la condujo por ese camino. En 1895 publicó un informe en el boletín de la Institución Libre de Enseñanza titulado Estado actual de la mujer en España, en el que ya describía, a su manera, las dinámicas de las sociedades patriarcales. “El hombre, cuando no ama a la mujer y la protege, la oprime. Trabajador, la arroja de los trabajos más lucrativos; pensador, no le permite el cultivo de la inteligencia; amante, puede burlarse de ella, y marido, abandonarla impunemente”, escribía hace 125 años. “Lo primero que necesita la mujer es afirmar su personalidad, independientemente de su estado, y persuadirse de que, soltera, casada o viuda, tiene derechos que cumplir, derechos que reclamar, dignidad que no depende de nadie, un trabajo que realizar e idea de que es cosa seria, grave, la vida y que, si se la toma como un juego, ella será indefectiblemente un juguete”, exponía un par de años antes, en 1892, en un artículo que envió a un congreso pedagógico sobre la educación de las mujeres.

A Concepción Arenal no le preocupaban solo sus congéneres femeninas. Se puede decir, aplicando la terminología moderna, que tenía una visión global, además de profundamente compasiva, del mundo. Fue visitadora de cárceles y secretaria de la Cruz Roja. Suyas son máximas como “Abrid escuelas y se cerrarán cárceles”, “Odia el delito y compadece al delincuente” o “La ley es la conciencia de la humanidad”, que mantienen su aliento humanístico. Escribió libros y artículos por decenas, en los que expone su pensamiento, afín a los krausistas y al catolicismo social.

Ahora apenas se la lee y su lucha feminista ha caído en el olvido. No es mal momento para recuperar sus libros y profundizar en ellos, antes de que finalice el año en el que se conmemoran los 200 años de su nacimiento y coincidiendo con la inauguración de la exposición Concepción Arenal. La pasión humanista (1820-1893), organizada por la Biblioteca Nacional y Acción Cultural Española y que reúne bibliografía, primeros ejemplares de sus libros, manuscritos y objetos personales.