“¡Hoy en Nochebuena, y mañana Navidad! Saca la bota María…”. Así cantábamos, y seguimos cantando, el villancico de la Marimorena, aunque ahora con pocas botas de vino porque son otros los recipientes y las bebidas. Todo, para celebrar que en esta madrugada nos ha nacido en Belén Jesús, el Niño Dios. Allí están —¡cómo disfruto recordando lo que viví desde mis primeros años!— su madre, María, y su esposo José; más arrinconados una burra y un buey; revoloteando una caterva de ángeles y observando unos cuantos pastores asombrados. Es un momento feliz, aunque han tenido que pasarlo mal con el trajín del viaje de la joven madre embarazada y los apuros de José al no encontrar sitio digno en el pueblo ante el inminente parto. Hasta en eso quiso Dios vivir entre nosotros sin evitarse los agobios de tantas familias actuales, con migraciones, penurias, desahucios, etc. Porque a los pocos días han de largarse de Belén por el delirio de un tirano, tienen que emigrar con lo puesto. Igual que tantos. De las tarjetas navideñas recibidas me encantó una en que se ve a los tres tumbados en el suelo dormidos —yo los imagino en las caminatas a escondidas a Egipto—, acurrucados y juntitos los tres como dándose calor. Pero es la Sagrada Familia de nuestro Dios.