El hartazgo de la hostelería, de la que dependen millares de autónomos, pymes y trabajadores asociados a ella, con la gestión de la emergencia sanitaria del coronavirus se plasmó esta semana a las puertas del Congreso. Hasta allí peregrinó un grupo de hosteleros gallegos para exigir del Gobierno un plan de rescate inmediato. El sector está exhausto, como extenuados pero con el coraje intacto llegaron a Madrid los componentes del equipo tras recorrer a pie los 600 kilómetros que separan Galicia de la capital del Estado. Descalzos, delante de las Cortes, quisieron ilustrar ante toda España el calvario por el que atraviesa el colectivo al que representan, con sus locales cerrados o al ralentí, sin más fuelle para resistir si no se produce el giro que demandan en las medidas para evitar la quiebra de sus negocios. Los hosteleros no pueden quedar ni sentirse desamparados por más tiempo. Su sacrificio merece toda la ayuda posible.

“Hemos sufrido muchísimo, pero realmente el tormento es mucho mayor en nuestros negocios”. Así se expresaban a su llegada al Congreso Lorena, Marta, Daniel, Juanjo, Antonio, Eddy y Rafael, los siete valientes peregrinos que, con la asistencia en coche de otros cuatro compañeros —Marcos, Sebastián, Tania y José—, recorrieron media España a pie durante quince días para dar visibilidad a la agonía por la que atraviesa el sector después de un ejercicio catastrófico. Atrás quedaba una dura travesía de mucho padecimiento, plagada de dolores, ampollas y lesiones, combinada con un tiempo inclemente. Nada comparado con lo que están viviendo ellos, sus familias y sus empleados.

Con su marcha, arropados en la meta por compañeros llegados de otras zonas de España, el sector reclama al Gobierno central un rescate que le permita sobrevivir a la pandemia y hacer patente su asfixia económica, que aboca a uno de cada tres establecimientos a la desaparición. Claman por ese salvavidas de manera urgente, porque tampoco las ayudas locales o autonómicas son suficientes.

Sabían los hosteleros que conseguir el objetivo no iba a resultar fácil, pese al oportunismo de las formaciones políticas por hacerse la foto con los siete peregrinos llegados a las Cortes. Los afectados dejaron la pelota en el tejado del Gobierno, pero ya respiraban cierta decepción al no vislumbrar el compromiso firme y efectivo que buscaban en los socios de coalición. Poco tuvieron que aguardar para comprobarlo. Al día siguiente de la marcha, el Consejo de Ministros aprobaba el plan de apoyo a la hostelería, que contempla sobre todo medidas para reducir los gastos fijos que soportan estos establecimientos, pero no así las ayudas directas que pedían. No las habrá porque, en palabras de la ministra portavoz, el Gobierno no puede dar un cheque a los negocios que lo reclamen. Lo que para el Ejecutivo es un plan ambicioso y con una eficacia inmediata, para el colectivo al que va dirigido es a todas luces insuficiente para limitar el alud de cierres, quiebras y, por tanto, de parados que augura de proseguir la actual situación.

Aunque tarde —las medidas aprobadas llegan casi dos meses después de ser anunciadas— y supongan un cierto alivio ante la emergencia que viven, tienen razón los hosteleros en sentirse indignados por el portazo a su principal exigencia. En líneas generales, el paquete aprobado va dirigido sobre todo a reducir los gastos fijos de estos negocios, a darles liquidez a través de avales para que puedan afrontar sus pagos y a aliviar su carga fiscal con reducciones o aplazamientos de impuestos y de cotizaciones a los trabajadores. Según la ministra portavoz, el impacto de estos ahorros se calcula en 4.220 millones, la mitad de las necesidades que estima el sector. El real decreto destaca como medida estrella la posibilidad de que se reduzca en un 50% la cuota de alquiler, siempre y cuando los propietarios de esos locales sean grandes tenedores (los que tienen más de 10 inmuebles urbanos), lo que según los damnificados no afectará más que al 3% de los negocios y deja desprotegidas a miles de familias.

Si bien cualquier tipo de ayuda es bienvenida, la hostelería ya ha advertido de que no se rinde: “Es una vergüenza, no hemos hecho todo este esfuerzo para nada así que no vamos a bajar los brazos; esto no acabó”. Lamentan que lo aprobado no haya sido consensuado y que se quede muy lejos de países donde el sector tiene un menor peso en la economía y que sí cuentan con apoyos directos. Como Alemania, donde el Estado les paga el 65% de la facturación perdida, o Francia, donde cada negocio cerrado recibirá 10.000 euros. El Gobierno plantea que esas ayudas directas lleguen en algún momento a través de las comunidades autónomas. A ellas reclama también mayor implicación, como corresponde, aunque es el Ejecutivo central el primero que debería demostrarla puesto que es quien dispone de los mayores recursos para llevar a buen puerto planes de rescate de esta índole.

No solo las grandes empresas estratégicas o el sector financiero merecen rescates. El tejido que conforma la hostelería, la restauración, el turismo, también es esencial para soportar la crisis y salir de ella. En Galicia, por ejemplo, la gastronomía es uno de sus grandes baluartes a la hora de captar turismo y fomentar el gasto del visitante. Una cadena de valor a la que se suman los productos de calidad del mar y de la huerta y todos cuantos proveedores contribuyen a su mantenimiento. Si la cadena se rompe por alguna de sus partes, además de miles de afectados, el poder de atracción turística sin duda también se resentirá.

Bares, cafeterías, restaurantes representan más del 6% del PIB nacional y son, junto con el comercio, uno de los sectores más afectados por la pandemia. Injustamente culpabilizados por algunos gobernantes de los contagios —que pese a los cierres siguieron incrementándose— su situación se ha vuelto insostenible después de cuatro meses clausurados y cinco con severas restricciones de cierre, aforo y horario que les impiden desarrollar su trabajo con normalidad e ingresar lo necesario para cubrir gastos.

La hostelería ocupa además un espacio importante en nuestros pueblos y ciudades. Muchos negocios son lugares habituales de encuentro, de reunión, de interacción social, que ayudan a hacer comunidad. Tienen así pues una dimensión social, no solo económica. Contribuyen con su apertura a mantener vivos los entornos y ocupados cientos de locales que de otra manera quedarían vaciados, como por desgracia ya lo estamos empezando a observar en muchos de nuestros barrios. Su presencia ayuda a la conservación de espacios y a darles vida. En ocasiones —podemos comprobarlo fácilmente— recorrer en estos tiempos las calles jalonadas por bares y hoteles cerrados es como pasear por escenarios fantasmagóricos hasta hace nada inimaginables. Por todo ello su contribución resulta necesaria.

Como, en justa correspondencia, se hace necesario que los damnificados por las restricciones reciban las ayudas por las que claman para mantener su actividad económica y que hagan buena la frase que tanto ha repetido este Gobierno de que nadie debe quedarse atrás. Con diálogo, acuerdo y generosidad. No estamos tan solo ante una cuestión de supervivencia para muchos hosteleros. Es también una cuestión de respeto y de justicia.