Buenos días, contando ya las horas para el fin definitivo de este año 2020 que hemos compartido. ¿Qué tal les va? La verdad es que poco a poco, y a la chita callando, los meses se han ido sucediendo y aquí estamos ya, a la zaga de este año extraño, en el que a todos se nos ha parado un poco —o un mucho— el reloj vital desde que compartimos espacio con el SARS-CoV-2. Pero bueno, tan mal no nos ha ido si estamos aquí para contarlo. Lo peor son esas cincuenta mil personas -oficialmente- que no han tenido la misma suerte, y han fallecido después de contagiarse con el virus. A ellas y a sus familias les dedico muchos de mis pensamientos en estos meses y, específicamente, hoy también estas líneas.

La cuestión es que el tiempo va pasando y, con él, surgen nuevas posibilidades para atajar dicha infección. Hoy son las vacunas, con las que se empieza a intentar inmunizar a la población y, así, detener las sucesivas oleadas de enfermedad y muerte provocadas por el patógeno. Y estoy seguro de que en cualquier otro momento serán tratamientos específicos y efectivos los que nos puedan dar algo más de perspectiva y calma al hablar de este nuevo reto.

Todo ello en un ámbito, el de la salud, en el que es importante la dimensión relativa a la coordinación internacional, tanto en lo que tiene que ver con el compartir conocimientos científicos, como en la mejora en los sistemas de alerta temprana de detección de futuras amenazas. Y es que, si ha habido un acontecimiento que haya evidenciado bien la necesidad de una buena coordinación, transparencia e interés real en tal ejercicio de aprender juntos, ese ha sido esta crisis sanitaria. Me imagino que, visto lo visto, habrá un antes y un después en la dimensión internacional de la praxis epidemiológica.

Y, hablando de ámbitos internacionales y poniendo el foco en otros temas, no podemos dejar pasar por alto el hecho de que quedan muy pocas horas ya, hasta las 00.00 del 1 de enero, para que se haga realidad el Brexit. Ya saben, la salida del Reino Unido de la Unión Europea. No cabe duda que un gran varapalo en la construcción transfronteriza en este lado del mundo, pero también la oportunidad de que tal decisión pueda provocar una mayor cohesión y mejor perspectiva en los socios que en la misma quedan. 2020, a pesar de que la mayor cantidad de titulares se la haya llevado la pandemia, también será un año para recordar por esto mismo: la recta final de la militancia de Londres dentro de las filas de la Unión.

Pero... que no cunda el pánico. Hace un tiempo escribí un artículo en este mismo medio en que afirmaba que el Brexit, realmente, no iba a ser para tanto. Me consta que hubo alguna persona extrañada por ese comentario y que muchas otras, seguramente, no compartieron tal análisis o, directamente, lo denostaron. Pues bien, me reitero en ello. Y matizo, como en aquella columna, que esto ha de ser así —sí o sí— fuera de un período transitorio que sí puede implicar convulsión, desconcierto, pérdidas e inconvenientes para personas concretas. Pero miren, es normal que así sea porque es una parte inherente al sofisticado y trabajoso proceso de negociación aún inconcluso, pero que —a falta de confirmación final— ya presenta una hoja de ruta provisional para estos primeros días y meses, en la que se intenta claramente que las aguas no se salgan de su cauce ni las cosas del guión. Poco a poco... y con buena letra. Y la cosa irá bien.

Y es que el futuro de Londres y Bruselas, al margen del divorcio, está condenado a ser fluido. No puede ser de otra manera. Una cosa es irse de la Unión Europea y otra, muy diferente e imposible, de Europa. Para el Reino Unido países como Francia, Alemania, Portugal, España y otros son parte de su círculo más estrecho tanto en lo concerniente a mercancías y productos como a personas. Y eso no puede dejar de ser así. Tal relación sufrirá ese transitorio, algunas tensiones y unas poquitas amenazas... para que luego todo vuelva a ser tranquilo. Diferente, por supuesto. Pero ordenado y con unas posibilidades que, a largo plazo, incluso superarán las que ya conocemos por otros casos.

Porque, no lo olviden, países como Noruega —cuyos ciudadanos nunca refrendaron el ingreso en la Unión—, Suiza —que nunca quiso ni querrá estar—, Canadá y otros, tienen unas relaciones inmejorables con la Unión. Desde fuera, sí. Pero estupendas. Y lo mismo le pasará a un Londres que seguirá necesitando como agua de mayo la mano de obra española —desde la muy cualificada a la que no lo está—, mandar a sus jubilados a vivir mejor y con más sol en nuestras costas mediterráneas, o los productos de nuestra huerta. Para todo ello estoy seguro de que se articulará lo que haga falta para que, cambiando el estatus de nuestra convivencia, nada o muy poco mude en el día a día. No se le pueden poner puertas al campo, y las necesidades mutuas están ahí.

Entiendo la preocupación en el ámbito de algunas empresas, o de personas concretas que esperan cosas en el aquí y ahora. Sí, el corto plazo siempre es preocupante en estos procesos, y esto ya lo explicaba en mi anterior columna sobre ello. Pero, en el largo, pueden estar ustedes tranquilos. No le crean a los agoreros que viven de generar tensiones y de arreglar supuestos e inexistentes problemas, desde el ámbito de la política, o de la burocracia generada por todo esto o, directamente, a los que esperan recoger pingües beneficios de esta situación. Piensen en lo lógico y esto es, en este caso, que al Reino Unido y a la Unión Europea —a todos— les interesa la máxima concordia, la máxima fluidez y las mínimas tonterías. Y, si no, al tiempo... Hay Brexit, sí, “ma non troppo”... Y ahora muchos de los que antes pronosticaban un Averno que nunca tuvo razón de ser están ya en esta senda de pensamiento mucho más realista, tranquila y tranquilizadora.

Ah... uppps, que no nos vemos antes... ¡Feliz 2021! Y 2020... que termine ya, ¿no?