Nuevo encuentro epistolar o digital entre usted y yo, que —aún remontándose a dos décadas— celebro con la intensidad y la ilusión del primero. Continuamos nuestra epopeya a velocidad vertiginosa por el cono del espacio-tiempo de nuestra propia existencia, y aquí estamos de nuevo. Hemos dado carpetazo a la Navidad, y las clases han vuelto a comenzar. Y, con todo, nos enfrentamos ya a la esperada y no por eso menos peligrosa “tercera ola” del virus. ¿Qué ha ido mal? ¿Ha sido todo un “despendole”? Pues bien que lo lamento, porque la luz al final del túnel está ahí —en términos de vacunación— pero, tal como está la situación hoy, muchas personas sufrirán y hasta fallecerán antes de poder ser inmunizadas.

Y es que, por lo que parece, muchos de los humanos tienen —no digo tenemos, matizo, porque este tema muchas otras personas nos lo hemos tomado muy en serio desde el minuto uno— la capacidad de tropezar dos, tres, cuatro, cinco... y parece que infinitas veces en la misma piedra. Se han visto verdaderas aberraciones —individuales y colectivas— desde el punto de vista de la contención de la epidemia, y sus frutos, desgraciadamente, los recogemos ahora. Pero ahí sí que hablo inclusivamente, porque todos y todas seremos víctimas de la irresponsabilidad de los que no se han quedado en casa, de los que se han mezclado con unos, con otros y con los de más allá, y de los que, parecía, no tenían nada que ver con esta cuestión. ¿Y ahora, qué? ¿Qué les van a decir ustedes a todas las personas responsables y prudentes que, por el “despiporre” de otros, se ven amenazadas en este momento en actos tan cotidianos como ir al trabajo, a la compra, o utilizar el transporte público?

El caso es que hay que tener cuidado. Mucho cuidado. Más que nunca, por favor. Y, a la vez, aprovechar los mecanismos existentes para atajar la delicadísima situación sanitaria actual. Por eso, y esta es la tesis principal de este artículo, hay que tener muy clara la necesaria orientación a resultados y... actuar. Por eso sorprende que las administraciones públicas, ese conglomerado de entidades oficiales que, por excesivas, no dejan de hacer aguas en su choque permanente de unas con otras, no estén haciendo bien las cosas. Hoy la prioridad es vacunar, utilizando tanto todo el arsenal farmacológico disponible, como los medios humanos necesarios. Sanidad pública, sanidad privada, organización extraordinaria de efectivos, listas de sustitución, refuerzo de turnos, incentivos para doblar turnos, vacunación en centros de salud, en el coche, por colectivos,... lo que sea. La clave es que ni una sola vacuna disponible se quede almacenada por no tener capacidad real de abordar la situación, debido a un ramillete de excusas que, teniendo base real y lógica en tiempos de normalidad, hoy se nos antojan peregrinas. No. Hay que ponerse a ello, desde la capacidad y la organización. Sin más miramientos ni demoras. ¡Hay que actuar! Ahora actuar, y ya está. Y mañana... repensar qué se ha estado haciendo mal, y no volver a cometer los mismos errores, incluyendo los que han llevado a una muy compleja situación en la Atención Primaria.

Por eso, ¡vacune usted!, señor o señora responsable de tal cuestión en cualquiera de las administraciones competentes para ello hoy en España. Y, si el problema le desborda, ¡busque ayuda! Establezca alianzas, pare otras funciones no esenciales del personal habilitado y competente para ponerse a ello, intervenga temporalmente capacidades de terceros o... haga lo que sea. Pero vacune. Los números de la evolución de la vacunación son muy decepcionantes. Y el nivel de vacunas almacenadas supera, con creces, el cincuenta por ciento de reserva para la segunda dosis, cuestión que también podría ser revisada con una planificación adecuada de tal menester.

Miren, es un problema de colas y puntos críticos. De gestión pura y dura. De logística. Algunos tenemos formación y experiencia directiva en ello, dentro y fuera del Estado, y hoy prestamos nuestro servicio en otras tareas en nuestra administración pública. Pero, si hace falta, estamos dispuestos a ponernos a la tarea, aportando organización y procedimiento, tomando decisiones ejecutivas y taxativas, y no cediendo a tonterías de tipo alguno. Hoy hay que... vacunar. El reactivo limitante en dicha ecuación es la vacuna. Habiéndola, si un país tiene el derecho a llamarse así, ha de ser capaz de inocularla a su ciudadanía. Y es que, de otra forma, la cosa se va a complicar, a complicar y... a complicar...

¡Vacune usted! ¡Ya! Y esto es compras, logística y operaciones... No hay excusas. ¡Vacune ya!