Es fácil echar la culpa de todo lo que nos agravia a la epidemia del coronavirus, con su secuela de muertes, hospitalizaciones, confinamientos, suspensión de actividades, etc., sufrimiento incrementado ahora por Filomena con la gran nevada en el centro peninsular y los vendavales costeros, que han bloqueado los transportes, con lo cual las penalidades van a más.

Y para colmo aún hemos de aguantar que grupos de jóvenes campen a sus anchas y sigan organizando festejos colectivos sin el menor recato ni miedo a las multas —si es que llegan a formalizarse—donde los contagios están a la orden del día. Es para estar indignados y montar aquellas manifestaciones de 2011 y 2016. De momento, la indignación no apunta contra el Gobierno, pues está claro que ni tiene responsabilidad directa en el COVID ni en la meteorología, pero sí que se les puede achacar ineficacia y desidia en la gestión de las consecuencias que algunos de estos males han traído. Mucha gente se plantea cómo se las arreglan en países de media Europa donde las nevadas así son lo normal.

Y pon además la subida en el recibo de la luz, y los anuncios de más impuestos al tabaco y al alcohol, que no se rebajan los peajes en la AP-9, y la indignación sube muchos puntos.