No, no es más suave ni más llevadero por haber sido anunciado hasta la saciedad. Ciertamente son días oscuros, a tenor de la desgracia que se cierne sobre tantas familias a las que la enfermedad y la muerte arrebatan cualquier atisbo de sosiego. Es la debacle, traducida a picos inasumibles de contagio y postración, agonía y muerte. Sí, es la debacle fruto del desatino, de la tibieza y de ese carácter tan patrio del “hago lo que quiero, porque yo lo valgo”.

Los mismos que se supone han de aleccionarnos sobre qué hacer son los primeros en saltarse la norma. Los que se supone que han de valorar las mejores opciones de comportamiento desde el raciocinio y la equidistancia, no se someten a tan importantes instrumentos para no errar, y entran en el juego de “salvar esto y lo otro”. Y los que se suponen tienen que protegerse y proteger al resto de la ciudadanía, muchas veces hacen lo que quieren.

No se trata de echar balones fuera, como parece que se quiere hacer a veces desde las instancias responsables de la salud colectiva, culpando al conjunto de la sociedad por lo que hoy pasa. Son pocos, relativamente, pero demasiados en número, aquellos que decidieron desde un principio solamente bordear el terreno de la legalidad vigente, intentando en todo momento que las necesarias restricciones no chafaran sus planes. Los más, en cambio, vivimos enclaustrados y constreñidos, cuidando al máximo todos nuestros movimientos y tratando de no cometer fallos que puedan cambiar drásticamente nuestro momento vital, el de los que nos rodean y, a partir de ahí, el de muchas más personas en el conjunto de la sociedad. Algunos solo salimos para trabajar, a pesar de que tal trabajo suponga un enorme riesgo permanente, habiendo alternativas –desoídas– para poder ejercer tal labor de otra manera. Sí, son pocos –relativamente-– los que han tirado esto por la borda. Y los demás somos sus sufridores. Y muchas veces nos llevan por delante.

Ellos y también las medidas del todo inadecuadas. El galimatías inconcebible que, frente a una mucho mayor concreción y firmeza, terminó de reventar la posibilidad de salir adelante. El desastre comunicativo que aún permite hoy que se haga deporte al aire libre sin mascarilla, en zonas muy transitadas y con multitud de cruce con los viandantes, o que negó no solo tres sino treinta o trescientas veces la necesidad de medidas más contundentes, que hoy ya vemos como normales, o que sigue permitiendo que llegues en un momento de esparcimiento a algún lugar, como una playa próxima a casa, y alguno te mire desafiante sin mascarilla ocupando todo el espacio y relegándote a un rincón. Todo junto, bien empaquetado y utilizado según el interés político de cada cual en este estado fallido, en el que dudo francamente de que se pueda hablar de la existencia de una verdadera sociedad, ha hecho el resto... El desastre. La negrura...

Ahora, unos y otros se reprochan no haber hecho más. Los que querían tener su autonomía para decidir culpan al Estado de no intervenir, y este se escuda tras la miríada de reinos de taifas que no deberían tener cancha a la hora de abordar episodios de esta índole, donde todo se interconecta y donde son necesarios instrumentos potentes y la máxima coordinación. Otros siguen de botellón. O de esas odiosas “fiestas privadas”, sinónimo siempre de frivolidad y falta de interés por algo que no sea el cutre momento personal, por encima del interés colectivo y la más mínima lógica. Suma y sigue. Y, mientras, todo se hunde. Lo hace mientras en otros foros se sigue insistiendo en que esta es de las mejores democracias, de las mejores sociedades y de las mejores sanidades, tapando todas las vergüenzas con un trapo, al que se termina teniendo manía. Pero no es verdad, porque hechos son amores, y no buenas razones. Y ni tenemos la disciplina y la templanza de las sociedades orientales, ni la orientación a resultados de las del norte de Europa, y tampoco el dinero de las verdaderas potencias. Lo que tenemos es caos. Pero de todos los colores, ¿eh?, que este no es el típico artículo arrojadizo a los de un determinado sesgo político. Todos prometen, todos vaticinan, todos hablan más de la cuenta, sin capacidad y por encima de sus posibilidades... y todos yerran. La cosa no va por ahí. Hay que ser cautos y quirúrgicos. Estamos en una verdadera emergencia, en la que hace falta meter en cintura –sí, en cintura– a quien no acata lo que se obliga para el bien común, en la que muchos de los recursos ociosos y mal traídos habrá que derivarlos a lo que verdaderamente importa, y en la que hay que cuidar y que cuidarse, aparcando las guerras intestinas que siguen descomponiendo los mimbres de todo lo que nos rodea, mientras tantos caen y el sistema da signos de un agotamiento verdaderamente preocupante.

Sí, es la debacle, y siento perseverar en el empeño de contarlo, como hago desde hace doce meses. Me gustaría abrir definitivamente el abanico y olvidarme de relatar toda la negrura que acompaña a la crisis del SARS-CoV-2. Pero no tengo demasiadas fuerzas para escaparme de tal influjo. Porque nobleza obliga, y veo toda la desgracia que se ha cernido y se cierne sobre tantos de mis congéneres, convertidos en pura y dura estadística. Y me rebelo. Y pido clemencia a quien pasa de todo, se junta con todos, y sigue de fiesta o de “no sabe, no contesta”. Me niego a militar en una sociedad como esta, y pido formalmente la nacionalidad a quien me la dé y disponga de una verdadera sociedad y de criterios, procedimientos, capacidades y razonamientos que guíen la trayectoria pública. Sí, me lo dijo una vez un hombre muy sabio, del que les he hablado más de una vez, y que insistía: “Quintela, esto es un “kindergarten”...”. Sí. Parece que nada importa, y que ancha es Castilla. Pero, ¡por Dios!, miren ustedes a su alrededor. ¿Han visto ustedes el zarpazo de la muerte en enormes capas de nuestra población? Hace falta contundencia, eficacia, capacidad y aplomo para erradicarlo, con un empeño en el que, necesariamente, todos nos hemos de implicar. No porque nos vayan a multar si no lo acatamos. Porque es el único camino. Desde febrero de 2020 es así, aunque muchos no se hayan enterado y se hayan reído de los que no encontramos otros modos... Y, bueno, antes lo soportábamos... Ahora no. Ahora quizá estemos ante la última oportunidad, aunque para muchos esta ya se ha extinguido...