Buenos días tengan ustedes. Ya saben que tengo la buena costumbre de saludarles y desearles lo mejor en todo momento. Y, con lo que hoy tenemos encima, esto adquiere especial relevancia. Cuídense mucho y hagan bien las cosas. Y, aún así... a ver cómo nos va.

El caso es que hoy escribo estas líneas al hilo de dos de las nuevas medidas tomadas —o no— por la Xunta de Galicia en relación con el agravamiento claro de la pandemia en nuestro entorno y, en general, en el país. Una situación verdaderamente preocupante, que tiene que ver con la irresponsabilidad de una parte de la población, mientras otros vamos más allá de la prudencia dictada por las normas, pero también con la adopción de medidas siempre insuficientes y quizá mal explicadas pero, sobre todo, puestas en práctica sin la necesaria vigilancia y corresponsabilidad colectiva.

En este sentido, el texto de hoy tiene dos partes, porque tales medidas atañen a ámbitos diferentes, sobre los que ya hemos hablado. En la primera quiero celebrar que, por fin, se haya obligado al uso de mascarilla en la realización de deporte individual. Algo que llega tarde, pero llega. Y es que no tiene absolutamente ningún sentido que en un paseo marítimo, por ejemplo, las personas vayan convenientemente protegidas y, a la vez, protegiendo, mientras personas que corren o van en bicicleta lo hagan desprovistas de protección y muy cerca. Miren, esto no es Medicina, sino Física, y negar la mayor supone, en sí, un atentado a la inteligencia. ¿Por qué? Para empezar, porque cuando uno corre su nivel de intercambio de gases —y, por ende, de flujo respiratorio— es mucho mayor. Y, segundo, porque la inercia hará que la proyección de tal flujo se verifique a una distancia también más grande. Así las cosas, la situación anterior no tenía ningún sentido, salvo que uno corra o haga deporte en el monte, solo y absolutamente aislado.

Algunas personas hablarán de que, en el exterior, la probabilidad de contagio es mucho menor, y tienen razón. Pero, cuando un evento se repite hacia la saciedad, incluso los sucesos menos probables se manifiestan. Y por eso no tiene sentido rizar el rizo y situarse en los límites de lo conveniente. Además, el necesario respeto hace que, cuando se prevean cruces entre personas, sea importante renunciar todos a una parte de nuestros derechos o nuestro bienestar, para sentirnos cómodos todos. Si no es así, el caos estará servido.

La segunda reflexión, ligada a las nuevas medidas por la situación de la pandemia, se refiere a la decisión de mantener abiertos y completamente operativos los centros de Infantil, Primaria, Secundaria, Bachillerato y Formación Profesional. Algo que no entiendo, teniendo en cuenta que el porcentaje de personas contagiadas en la comunidad escolar es similar al de la población general. No soy partidario de un cierre total de los centros durante mucho tiempo, por las consecuencias que puede tener esto para los alumnos y su educación, pero bien es verdad que un paso a teleformación durante dos o tres semanas reduciría mucho los desplazamientos y contactos, y permitiría un control más efectivo de los contagios. Ese es el espíritu con el que la Xunta decreta ahora, precisamente, el cierre de Conservatorios y Escuelas de Idiomas, pero no los centros antes referidos.

Si alguna vez podemos hacer teleformación —que la hacemos bien— es precisamente en estos momentos difíciles, atendiendo a la especial complejidad del momento. Es más, viendo que están goteando confinamientos paulatinos de algunos alumnos, a los que también es preciso atender, a mí me resulta más fácil trabajar con los equipos y conexión de casa —mejores— que con sistemas “in situ” que muchas veces presentan más problemas y deficiencias. No se confundan, trabajar desde casa no implica trabajar menos. Todo lo contrario: mucho más aún. Mi experiencia del confinamiento del pasado año fue la de jornadas verdaderamente agotadoras desde primeras a últimas horas del día, combinando el contacto con el alumnado con la corrección de sus trabajos y las docenas de llamadas individualizadas para hacer seguimiento personalizado.

Reducir los contagios hasta el mínimo amerita frenar todos los ámbitos donde se producen frecuentes contactos entre no convivientes. En ese sentido los centros escolares, al margen de lo que cada uno diga, tienen la potencia de ser escenario de nuevos contagios. Por eso, sin esperar llegar al punto límite —en el que ya estamos— es conveniente bajar carga y reducir la exposición de todos al patógeno. Por prevención y por responsabilidad, nunca por tirar la toalla.

Bueno, pues ya está hecho. Dos ideas, entonces. La primera, sobre una medida tomada finalmente ahora, y que hemos pedido aquí muchas veces. Y, la segunda, insistiendo en que vale la pena cerrar temporalmente los centros, dos o tres semanas, cuando todavía se puede hacer algo, que tensar la cuerda hasta el límite. La decisión en ese sentido no es algo que haya que pensar desde una estrategia de comunicación. Es algo que hace falta, consecuente con otras muchas medidas que sí se han tomado, y que nos dará más oportunidades a todos, no solamente a la comunidad educativa, de salir más o menos airosos de este trance. Porque no olviden que los coles interconectan a muchas familias, y el carácter presencial de los mismos termina poniéndonos a todos en riesgo, jóvenes o mayores y miembros de la comunidad escolar o no.

Vale la pena pasarse, que quedarse corto. Y llevamos quedándonos cortos un año, ¿o no?