A ver si con tanto ajetreo nos vamos a olvidar de consumir. Se acerca San Valentín. No tiene excusa si en su municipio está todo cerrado. Estamos en la era del servicio a domicilio. Menos amor del bueno, te lo llevan todo a casa. A Cifuentes le llevaron un máster. Conviene no salir del hogar para contener la pandemia, pero eso no quiere decir que contengamos las proclamas amorosas. Ni la tarjeta de crédito. Te traen el perfume, la corbata, los bombones, el monopatín o el anillo a casa. Lo que va a cambiar es lo de la cena romántica, que en no pocas ciudades va a ser en casa, a causa de las restricciones, y no en restaurantes de postín. Nunca he sabido muy bien lo que significa postín, que suena a postor chiquitín. Postín, quédate por aquí donde yo te vea. Escribir una columna sobre San Valentín no te hace más romántico, pero escribirla cuando faltan bastantes días te puede convertir en alguien que da una primicia. O por lo menos que recuerda tal fecha a tanto despistado y despistada que anda por la vida confundiendo fechas y aniversarios. Hay gente que recuerda el año de la Revolución Francesa y no recuerda qué día se casó. Sin que falte el que retiene con más facilidad el título de las novelas que el segundo apellido de su pareja. Los americanos lo tienen más fácil: leen menos y la gente solo tiene un apellido. No podemos regalar viajes, si bien no nos está vedado meterle un viaje al cónyuge, la tarta y la botella de champán. No podemos viajar aunque políticos que deberían viajar a la realidad terrible actual sean tan irresponsables de hablar de que en Semana Santa viajaremos. De toda la vida se ha viajado con la imaginación pero los hay que son tan sectarios que nunca salen del territorio de su idea. El sector de la hostelería languidece en un país enamorado de los bares. San Valentín nos puede sacar de la rutina pandémica. A nadie le desagrada descorchar una botella de entusiasmo. Creo que cae en domingo, día que a veces enamora poco.