Si 2020 fue el año de la emergencia sanitaria, este 2021 estrenado hace solo un mes además de seguir siéndolo presenta su candidatura a ser el de la premura económica. El impacto del distanciamiento social y la falta de movilidad están dejando heridas profundas en el tejido productivo. La pandemia ha roto siete años consecutivos de reducción del desempleo en Galicia. Por si lo anterior no fuera poco, en la tercera ola en la que estamos inmersos el virus dispara el número de contagios y muertes. A la par la esperanza está depositada en la administración de la vacuna, que ha de acelerarse lo más posible. Y en la llegada de fondos europeos que aparece en el horizonte como un salvavidas. Hay que poner toda la carne en el asador para subir la cuesta de enero y la de febrero. No caben más respuestas tardías y deficientes. Lo que se haga ahora resultará decisivo para despejar el panorama de aquí al verano. La regresión no puede llegar para quedarse.

Más de 189.500 gallegos acabaron en paro y casi 34.000 en regulación de empleo en 2020: 24.200 parados más que hace un año y 15.000 puestos de trabajo menos. La pandemia se cobró 41 empleos diarios, seis de ellos trabajadores por cuenta propia. Veinte mil autónomos meditan cerrar. Han agotado los recursos que les quedaban para sostenerse y carecen de expectativa. Tuvieron caídas en sus facturaciones de hasta el 50%. No venden, no ingresan, nadie les financia.

El paro aumentó en todas las ramas de actividad. Por sectores, el que más lo acusó fueron los servicios, seguidos de la industria y la construcción. El retroceso en el campo no hunde su raíz, curiosamente, en la merma de la demanda, sino sobre todo en la falta de relevo generacional. El creciente interés por los productos de calidad y proximidad y el excepcional momento de las empresas agroalimentarias constituyen argumentos suficientes para fortalecer lo rural. Otra cuenta pendiente.

El comercio y la hostelería, con más restricciones y cierres que nunca, sufren una tremenda estocada. Ni la campaña de Navidad salvó los muebles. Lo que vino después agrava la situación. La debacle laboral, que condena a los menores de 25 años y a los veteranos con dificultades para reinsertarse, proseguirá este 2021, pronostican todos los estudios. La recuperación tardará años en materializarse. Perder tiempo lamiéndose las heridas no ayuda en nada a acelerarla.

Mantener en pie el tejido productivo, sin agrandar sus daños estructurales, y estimular medidas que protejan las actividades actuales y alienten otras alternativas: ese debe ser el objetivo estratégico de Galicia. Para conseguirlo resulta esencial una planificación y una gestión adecuada tanto de la crisis económica como de la sanitaria. La preponderancia que los políticos dan a sus batallas por ganar el relato y a sus querellas particulares lo impide muchas veces. Siembran vientos, polarizan, enfrentan y luego recogen tempestades, aquí o en EE UU. Los ERTE, muro de contención para evitar el cierre masivo de compañías, eran vilipendiados no hace tanto por puro dogmatismo por los mismos que los ensalzan desde el Gobierno. Ni a la tercera oleada del virus se ponen de acuerdo en lo verdaderamente importante. Ni siquiera los de un mismo signo político.

Para que la recuperación sea realidad, para acabar con la incertidumbre, empresarios y autónomos necesitan ayudas reales, no parches deficientes. Este test de estrés deja al desnudo la inutilidad de unas administraciones rebosantes de burocracia y desiguales, que rompen la unidad de mercado y hacen añicos la seguridad jurídica. Se requiere con urgencia una mínima coordinación entre gobiernos.

Aguardan retos decisivos. Proseguir con rapidez la campaña de vacunación, lastrada por la falta de dosis, y no bajar la guardia, el primero. Después, no fallar en la captación de fondos europeos. Veremos en qué quedan las apuestas hechas desde Galicia como tractoras de la economía y el reparto que el Gobierno haga de esas ayudas.

Lo que estamos viendo sobre esa distribución desde el Gobierno central no resulta halagüeño para las expectativas de nuestra comunidad. Invertir con acierto y a tiempo el mayor Presupuesto de su historia dota a Galicia de una importante herramienta para revertir la situación. La clave de bóveda es también usar el dinero para acometer reformas profundas que barran la ineficiencia y atraigan prosperidad. Lo contrario, la falta de valentía para abordarlas pasará factura.

Siempre hay luz al final del túnel. La historia es un ir y venir en oleadas de sufrimientos y superaciones. Tras la gripe española hubo quienes, pesimistas, pronosticaron la muerte de las ciudades. Sin embargo, lo que sobrevino fueron los felices años veinte. A la peste de Atenas la sucedió el esplendor heleno. En el peor momento de esa tragedia griega muchas personas perdieron cualquier respeto a la ley, sucumbieron al odio, la violencia y los desestabilizadores. Igual que ahora, con la demagogia y el populismo como venenos. “Reconocer la pobreza”, cuenta Tucídides, “no deshonra a un hombre, pero sí no hacer ningún esfuerzo por salir de ella”.

Solo trabajando con denuedo por cambiar y por buscar salidas retornarán las certezas y la confianza. Entonces el futuro volverá a ser tan radiante como nos hayamos propuesto.