Abanca, accionista mayoritario, es decir, dueño del Deportivo, ha decidido dar un golpe de timón a la dirección del club en medio de una tormenta perfecta, deportiva e institucional. La entidad financiera ha apartado al consejo de administración comandando por Fernando Vidal, con el que entró de la mano en el accionariado del club, y ha situado al frente a un equipo de su absoluta confianza, con Antonio Couceiro a la cabeza, y con una misión clara: aportar estabilidad, calmar las aguas sociales y enderezar el rumbo deportivo. En resumen, garantizar la supervivencia de un club que es esencia de A Coruña y que ha bajado a los infiernos después de años codeándose como uno más en el Olimpo del fútbol europeo, que es tanto como decir mundial.

La paradoja blanquiazul radica en que su máximo accionista y propietario es, a su vez, su mayor acreedor. Se le supone, por tanto, que desde un estricto y frío cálculo empresarial es el más interesado en que el Deportivo prospere, tanto deportiva como económicamente. A ese análisis, que valdría para cualquier aventura de reflote empresarial, se añade un componente casi exclusivo del fútbol, la comunión entre el equipo y la ciudad y, más concretamente, su masa social, con más de 20.000 socios, nivel sin comparación en Segunda División B y que iguala al Deportivo con los grandes clubes de Primera. Por tanto, no solo está en juego recuperar dinero en la operación para garantizar la supervivencia del club blanquiazul.

El Deportivo arrastra una deuda de 56 millones de euros, 27,5 de ellos aún con Abanca, procedentes en su mayor parte del crédito que, en 2017, en la etapa de Tino Fernández en la Presidencia, el banco concedió al club para ponerse al día con la Agencia Tributaria. Con el préstamo, el Deportivo siguió debiendo la misma cantidad, pero a un nuevo acreedor, no a la Hacienda pública, lo que le dio aire y le permitió acudir al mercado de fichajes con más margen de maniobra. Hace un año, en el acuerdo alcanzado con Fernando Vidal para acceder a la Presidencia del Deportivo, Abanca aceptó convertir en acciones 35 de los 62 millones de euros que le debía el club, con lo que se situó, en la práctica, como propietario del Deportivo, con el 78% del capital social, a la espera de conocer qué cantidad se cubre en las ampliaciones posteriores, abiertas al resto de accionistas y nuevos socios.

En qué salida se le dé a esa deuda radica la supervivencia de un equipo más que centenario. Tanto el anterior consejo de administración blanquiazul como el propio presidente de Abanca, Juan Carlos Escotet, han apuntado a la opción de capitalizar más deuda. Un club de fútbol, sin duda, es algo más que una empresa, fundamentalmente porque mueve muchas pasiones y sentimientos. Pero, en la situación actual, con una deuda de 56 millones de euros y en el pozo de la Segunda División B, sin grandes ingresos en el horizonte, no parece que haya otros caminos que el que se ha tomado. Al menos nadie ha ofrecido alternativa.

La operación, que para una parte de la afición supone vender el club a un banco, es habitual en el reflotamiento de empresas en crisis financiera, como le sucede al Deportivo. Sin ir más lejos, a finales del pasado mes de enero, Abanca capitalizó 540 millones de deuda en Nueva Pescanova, de la que es el máximo acreedor. El paralelismo es evidente: el banco busca reflotar una empresa de la que es el mayor acreedor convirtiendo deuda en acciones y tomando el control. Pero las magnitudes son muy diferentes: la capitalización en Nueva Pescanova es quince veces superior a la desembolsada en el Deportivo. Y el ámbito empresarial también lo es.

El Deportivo, como cualquier otro club de fútbol, se mueve en escenarios muy volátiles, menos controlables que en otras sociedades anónimas. Aunque las decisiones sean las correctas y el proyecto se ejecute a la perfección en los despachos, el futuro puede cambiar por un cabezazo que sale fuera por centímetros en Mallorca o por un lamentable partido en casa ante el Extremadura. No es descargar toda la responsabilidad en el juego, pero el fútbol, como pocos otros sectores, está condicionado por el “y si...”.

Con la capitalización de la deuda como posible flotador, la alternativa —no semeja que existan muchas más— es generar más ingresos con los que reducir la morosidad. Y en esa vía, solo creciendo deportivamente, regresando al fútbol profesional, se podrá alcanzar el objetivo.

Con ese fin, la comunión entre la ciudad y el Deportivo debe robustecerse. En los últimos años, marcadamente desde el segundo descenso a Segunda División, en 2013, el proyecto blanquiazul ha vivido en una montaña rusa sin fin que se ha acelerado en el último año y medio: inestabilidad en la dirección, fracasos deportivos, conflicto social... Si echamos la vista atrás, los subidones se vivieron en la bonanza deportiva y los bajones, en las miserias de resultados. Esa es la volatilidad a la que nos referíamos y que diferencia a un club de fútbol de cualquier otro intento de reflotamiento empresarial.

El Deportivo necesita calma y confianza. Pararse un instante a definir su proyecto, y que todo el deportivismo lo asuma como común en el reto de garantizar su supervivencia. Sin confundir calma con sumisión ni ausencia de crítica, pero evitando esa autodestrucción interna que ha llegado a asomar en algún momento. Como si la mastodóntica deuda no baste como enemigo. Más vale un paso atrás, siempre con el ánimo de coger impulso, que uno adelante en falso.

El consejo de administración de Antonio Couceiro ha accedido al cargo en silencio, sin golpes de efecto y transmitiendo tranquilidad y confianza al primer equipo, aunque se ha echado en falta una explicación pública sobre sus intenciones y las claves de su proyecto. En sus únicas palabras conocidas hasta ahora, pronunciadas en el vestuario blanquiazul este jueves, Couceiro trasladó a los jugadores garantías de “la continuidad del proyecto deportivo y social pase lo que pase, independientemente de los resultados”, pero, a su vez, reclamó “entrega” extra para lograr el ascenso, en el que todavía cree: “Os tengo que pedir una total entrega en estos partidos que quedan porque con la estructura que tiene la Segunda B de este año, a día de hoy, todavía todo es posible. Si todo es posible, tenemos que soñar y tenemos que intentarlo”.

Ese es el reto inmediato, revertir la deriva deportiva, luchar y conseguir el ascenso, como tabla de salvación sobre la que cimentar la recuperación económica del club y aspirar a objetivos mayores. Sin olvidar que lo sustancial es sentar las bases de un proyecto a largo plazo, con estabilidad y en torno a una meta común: hacer viable el club y unir de nuevo al deportivismo. Esa debe ser la semilla para resurgir.