Hubo muchos días en que públicamente aplaudíamos a las 8 de la tarde a los sanitarios y a todos aquellos que con su trabajo hacían más llevaderos los perjuicios de la epidemia. Todo un gesto encomiable. Hace días nos informan de que hay una corriente cívica en pro de la hostelería —aparte de que un tribunal vasco ha declarado ilegal el cierre indiscriminado de dicho sector—, tratando de aliviar el grave deterioro que sufre todo el sector a causa de las restricciones que se imponen a bares y restaurantes para evitar contagios. Son otros comerciantes y profesionales quienes brindan ayudas a los dueños de establecimientos cerrados por disposición oficial. Por ello alabo la información que este diario ofreció el pasado viernes de empresas coruñesas que protagonizan estas ayudas. Será por solidaridad, o por interés, porque como bien uno de los comerciantes reconoce si los bares tienen vida, ello repercute en el comercio, ya que todos estamos en la misma barca. Estos gestos me traen a la memoria párrafos de la encíclica Fratelli tutti en la que el Papa Francisco apunta que está enferma aquella sociedad que se construye de espaldas al dolor. Este arrimar el hombro para ayudar a una hostelería apaleada es manifestación de que no todo está podrido en nuestra sociedad.