Carpetazo al mes de febrero, queridos y queridas, que después de este fin de semana quedará convertido en un mero recuerdo en algún lugar de nuestra memoria. Comenzará entonces marzo, mes de cambios, muchos de cuyos pródromos ya se pueden atisbar sin necesidad de afinar mucho los sentidos. Y es que marzo es el mes en el que, por ejemplo, empieza la primavera, que ya ha ordenado a los ciruelos teñirse de fina nieve en flor. Días bonitos, no cabe duda, con una cantidad de luz muy significativa en cada jornada, desde que a finales de diciembre comenzasen a crecer las horas de sol.

Y, en medio de todo esto, arranca una nueva etapa de “desescalada Covid”, que en su primer día ha llenado de esperanza las calles y las hasta hoy vacías terrazas de los locales de hostelería, abriendo también las fronteras imaginarias entre muchos concellos. A ver cómo nos va. Ojalá en esta ocasión las normas sean cumplidas más estrictamente en todos los foros de socialización e intercambio, en todas las familias y en todos los grupos de amigos, teniendo en cuenta que el nivel de vacunación existente aún no da para porfiar a tal menester la no expansión del SARS-CoV-2 y el advenimiento de una letal cuarta ola epidémica. Ojalá, aunque mucho me temo que esto en lo que estamos inmersos no deje de ser un macabro juego del gato y el ratón, en el que a nosotros —a los humanos— nos ha tocado el papel peor, como otras veces en la Historia. Y es que sí, a poco que nos confiemos y nos movamos de nuestros límites, el virus sigue ahí. Y mientras la ciencia no consiga frenar sus ansias de una forma definitiva, el pobre se dedicará a lo único que sabe hacer: tratar de expandirse cada vez más, saltando de hospedador en hospedador para tratar de perpetuarse. En eso no nos parecemos poco, ya que es el leitmotiv de cualquier ser de la Naturaleza, aunque conste de poco más que un simple filamento de ARN.

Pues eso, sí. A ver cómo nos va. A mí, si me preguntan, les diré que me preocupa la simétrica respuesta en la acción y reacción presentes en este proceso. Porque lo que es evidente, amigos y amigas, es que a las mismas acciones seguirán los mismos resultados mientras no haya un cambio de escenario, como por ejemplo un mayor nivel de posible inmunidad colectiva, propiciada por la vacuna o por el haber pasado ya la enfermedad un número significativo de personas. Mientras esto no llega, es de esperar que si nos aislamos menos y socializamos más, la curva repunte. O que, directamente, se salga de las bandas de fluctuación más o menos lógicas y se vaya a un pico como aquellos que hemos visto recientemente, con sus fatales consecuencias desde todos los puntos de vista.

Si nada hubiese cambiado desde la última vez que el virus se descontroló, tendríamos que esperar exactamente lo mismo en esta nueva desescalada ya que, a estas alturas, hemos visto ya lo que da de sí esta sociedad —y lo que no— en materia de prevención y cumplimiento de las normas, de adherencia al paradigma de la prevención. Algo podría mejorar, o empeorar, pero no creo que la respuesta fuese muy distinta en tal escenario. Pero, ¿es esta la situación? ¿Nada ha cambiado? Bueno, el escenario es un poco distinto y algo ha ido mudando para bien en términos de mayor inmunización, sí, pero poco aún. Y es que no es fácil llegar a niveles de vacunación que nos permitan esperar otra cosa. Dentro de todo, aún se está haciendo bastante rápido...

¿Y entonces? Pues entonces solamente queda apelar a la responsabilidad individual y colectiva, por ahora. Seguir insistiendo en ello. Se podrá haber mejorado el escenario esperable en entornos concretos, por ejemplo en esas residencias de mayores que han quedado ungidas por la protección de los preparados de investigadores y farmacéuticas. Pero, en global, aún queda espacio para mucho sufrimiento y dolor. Solamente si nos concienciamos de esto podremos atajar un nuevo envite del virus a gran escala. Obviamente, en cualquier caso seguirán goteando casos y produciéndose muertes. Pero no es lo mismo las insoportables cifras de, por ejemplo, la tercera ola, que un número mucho menor y más espaciado, de forma que los recursos asistenciales puedan ser utilizados con mucha mayor holgura.

Bueno, pues eso. Me ha tocado ser el cenizo, y quizá para muchos lo haya sido ya todos estos meses con mis dosis especiales de prudencia, tratando de adelantarnos a los movimientos del virus y siendo especialmente precavido. Pero no, no me interpreten mal. No se trata de poner el toque amargo en estos días alegres de desescalada. Se trata de ser cabal y convincente, y no dejar a las emociones el pilotaje de nuestras decisiones sobre qué hacer y qué no en estos días de reencuentro con la sociedad. Se trata de apelar al raciocinio, al bien común, y a seguir enfriando un tanto muchos de nuestros deseos —que todos los tenemos, a nivel de hacer muchas más cosas, o de importantes planes congelados durante meses y meses— para intentar llevar nosotros las riendas de los caballos, y no que estos nos arrollen, volviéndonos a causar un daño enorme.

Cuídense mucho. Aunque sean tiempos de desescalada. Aunque sea casi ya primavera. Aunque luzca el sol. Y a pesar de lo que nos cuenten algunos personajes especialmente creativos del mundo de la farándula. Sigan cuidándose y cuidando. Así nos cuidaremos todos, a la espera activa de tiempos mejores en términos de evolución de la pandemia.