Ha pasado un año. Casi sin darnos cuenta pese a lo mucho ocurrido. Ciertamente el panorama es muy distinto. Algunos hábitos nuevos ya están tan integrados en la cotidianidad que parece que los ciudadanos los practicaron siempre. Nunca el final de la pesadilla ha estado tan cerca gracias a la vacuna. El tiempo de pandemia agota los adjetivos para elogiar a los sanitarios, los profesores, los tenderos, los policías, los transportistas, los técnicos de ambulancias, los equipos de emergencias, los kiosqueros… tantos y tantos sectores redescubiertos como esenciales cuando la normalidad acaba siendo la excepción. Poco se habla de los creadores. El arrojo de los artistas para seguir adelante merece también un reconocimiento.

Nueve de cada diez empleos perdidos durante estos doce meses de sufrimiento guardan vínculo con la hostelería y el ocio. Los artistas ya vivían permanentemente en el alambre. La brutal estocada les alcanzó en una situación de precariedad desde el inicio del combate. Por eso la agresión del virus inflige en su caso una herida de mayor severidad y calado que la de otros colectivos también maltratados. Autores, actores, cantantes, pintores, con humildad, hasta con discreción, sin pasear por las calles las pancartas de su desgracia, sin abusar del ruido, han hecho gala de una extrema profesionalidad. Con imaginación y titánica perseverancia, intentaron adaptarse rápido a la realidad en medio de una obtusa normativa. Metiendo público en las salas restringidas probaron su seguridad. Convirtieron en pan nuestro de cada día la emisión de contenidos en directo a través de las redes. Y nuevas plataformas comercializadoras ofrecen acceso universal al talento. En alguna medida, la cultura, manos a la obra, se rescató a sí misma reinventándose y digitalizándose. Pero, como clama el sector, la reinvención tiene un límite y necesita de más ayudas y apoyos específicos que sostengan su actividad.

El último barómetro del Observatorio da Cultura Galega ratifica que la situación del sector cultural como consecuencia de los efectos de la pandemia sigue siendo grave, aunque con leves mejoras sobre el cuadro que presentaba seis meses atrás. La música y las artes escénicas son las peor paradas por la suspensión de sus actividades, conciertos y representaciones teatrales. En Galicia, los conciertos perdieron 863.000 espectadores y las artes escénicas otros 732.000. También la asistencia a las salas de cine se desplomó a la mitad.

Acudir a un concierto, contemplar un cuadro, reírse con un monólogo ingenioso permite recuperar algo de la bendita tranquilidad anterior, además de poseer siempre balsámicos efectos psicológicos y terapéuticos. Incluso durante la cuarentena, las personas encerradas demandaban consumir representaciones de este tipo. Las numerosas iniciativas surgidas a través de internet y las espontáneas interpretaciones en terrazas y balcones calmaron esas ganas de gozar la creatividad.

Llevamos ya un año desde que el COVID habita entre nosotros. No cabe duda de que estamos ante la mayor catástrofe social y económica ocurrida desde la II Guerra Mundial: una hecatombe demográfica, millones de vidas congeladas, agotamiento mental. Las mujeres pagan el grueso de la factura, con empleos frágiles, riesgo de empobrecimiento por bajos salarios y un desgaste tremendo por su superior sacrificio, comunitario y familiar, en la adversidad.

Con la vacunación estamos escribiendo el último capítulo de esta dramática historia. Dentro de unos lustros, al volver la vista atrás, las generaciones que nos sucedan considerarán la hazaña de alumbrar en apenas un año un método de inmunidad contra un enemigo desconocido como uno de los grandes hitos contemporáneos de la Humanidad. Algo en estos instantes todavía difícil de apreciar. La efectividad de la inyección admite poca duda, da fe la protección actual de los geriátricos. No desaprovechemos la oportunidad para denunciar que la campaña de inoculación progresa a paso de tortuga, muy lejos de los ritmos oficiales previstos inicialmente.

Dijo el filósofo que quien tiene salud, tiene esperanza, y quien alberga esperanza, acaba por conquistar lo que anhela. La vacuna restituirá la salud de la sociedad. La cultura le está devolviendo la esperanza. El valor añadido espiritual y material, intelectual y afectivo, de las distintas manifestaciones del genio de Galicia son medicina para la ansiedad, calmante para el estrés, componente esencial del bienestar. Y enseñan el camino para convertir las flaquezas de hoy en fortalezas de mañana.