Tengan ustedes un muy buen día. Comenzaré hoy a bocajarro, preguntándoles directamente si son ustedes de los que ya han asumido esto de la vida y nuestro personal periplo en ella como algo normal, casi dado por sabido, sumido en la cotidianeidad. O si, por el contrario y como yo, se maravillan cada día por una existencia consistente en dar botes por el espacio a bordo de una gigantesca y generosa pelota de magma, sobre la cual se desarrollan las peripecias de nuestra especie y de una miríada más... De los que, sí, seguimos en la línea de anteponer la belleza, no exenta de incertidumbre, de todo ello a las cuestiones más mundanas, organizativas y exentas de la fuerza telúrica de lo primero. Porque, al fin y al cabo... ¿qué rayos hacemos aquí?

Les confieso que afronto el artículo que pretendo desgranar hoy con ese sentimiento un tanto romántico, un poco bohemio, bastante racional y científico y enormemente cargado también de la emoción que dimana del estado de ánimo imbuido de lo que les decía en el primer párrafo. Y es que la vida, que algunos hemos decidido estudiar a la luz de la ciencia, es eso y mucho más. Y, sobre todo, es preguntarnos de qué va esto. ¿Cómo es posible que la Naturaleza hubiera podido generar tanta belleza, tanta fuerza y, al tiempo, un estado de las cosas tan efímero, y ponernos a nosotros un ratito, bien escaso, en medio de todo eso?

Mientras cada uno se responde a sí mismo, a partir de sus propias experiencias vitales, su conocimiento y su propia espiritualidad, les cuento que yo llevo más de cincuenta años, desde aquellas letras escritas en el plato donde comía y aprendí a leer con papá, tratando de entenderlo. Y que, por lo que he extraído de la obra y el legado de otros seres humanos, ya he comprendido hace tiempo que dejaré el planeta y la nómina de los vivos sin ser capaz de responder a casi nada de ello. Pero creo, igualmente, que la sincera reflexión al respecto mantiene limpios los bornes de las propias conexiones conceptuales que uno maneja, siendo de alguna forma liberador.

Y eso es importante, créanme. Porque hay situaciones en las que es importante no perder de vista tal cosa, como forma de prepararnos para vaivenes, golpes y momentos duros, que existir... existen, y a veces nos sumen en la zozobra.

Hace poco más de dos años uno de los seres humanos más referentes, encantadores, especiales y maravillosos para mí, abandonó su existencia terrenal. Mi hermana Marité fue arrebatada de entre nosotros por el cáncer, aunque sigamos compartiendo mucho con ella cada día, casi cada minuto. En los poquitos y difíciles meses previos que la vida le dio entonces, quise que conociese a otra persona especial, luchadora como pocas, bella y fuerte. Le presenté a mi amiga Paloma Rodríguez. Sabía que ella, también tocada por la enfermedad, iba a darle ánimo y fuerza, y que juntas construirían un vínculo de fuerza, superación y toneladas de esperanza. Así fue, y en aquel encuentro cerca del mar, al que también asistió otro pilar de mi existencia, mi hermana Malena, creo que brotó la luz que surge cuando uno más uno más uno es mucho más que tres.

El pasado domingo, de noche, el ciclo de la vida se cerró también para Paloma, amiga y referente. Luchó y, como a todos nos ocurrirá, hasta aquí pudo llegar. Sé de buena tinta que, por su Ferrol querido y mucho más allá, son legión las personas que andan tristes por ello. Hablan, con razón, de su buen hacer como profesora, como mujer enamorada de la igualdad —desde hace muchos años ya, en tiempos mucho más complejos y con todo por hacer— y de las políticas para hacer que todas y todos podamos vivir mejor y de forma más armónica. Presidenta y una de las fundadoras de Alvixe, Asociación ferrolana de lucha contra la violencia de género, fue diputada socialista en el Congreso y, mucho más allá de eso, persona ilusionada con valores de equidad, desde la dignidad, la razón y desde esa emoción que tiene que ver con las grandes causas labradas desde pequeños gestos. Fue luchadora por mucho de lo que merece la pena a bordo de esa gran esfera cargada de magia y, al tiempo, de sinrazón, donde se desarrolla todo.

Muchos la recuerdan así, sí. Trabajadora, con cifras de récord como diputada. Empática, ilusionada, soñadora, buena amiga, cariñosa, con enorme fuerza y capacidad argumental... Y llena de ganas de vivir, como aquel día mágico y profundo, soleado y feliz, en que nos reunió en el Mosteiro de Santa Catalina, en Ares, compartiendo juntos un buen rato al mediodía ilusionados por la vida... La que nos quede, sea poca o mucha, y que siempre es un regalo infinito y especial, como ella entendió.

No, pero Marcos y yo no será así como más la echemos en falta. Y es que, para nosotros, cada vez que volvamos por el mágico enclave de Ponzos, donde las puestas de sol se nos antojan imposibles, allí la veremos al pie de su furgoneta, mirando al mar con serenidad, con Alberto, y su mágica tortilla de patata, en una franca escena de serenidad, belleza y paz... Allí la situamos muchas veces y ahí quedará su icono, su fuerza, su legado y, como no, su amistad. Paloma, gracias por tanto. Descansa en paz.