¡Buenos días! Unas nuevas letras, escritas en esta ocasión en el día en que las y los José, Josefa, Pepa, Pepe, Josete, Josito, Xosé, Xose, Xosito, Jose, Pepita, Pepón y todas las demás variedades de ese entrañable nombre estamos de onomástica... ¡Felicidades! Un día en el que, también, todos los que sois papis estáis de día. ¡Más felicidades aún! Ojalá la vida os colme de satisfacciones y felicidades y, ¿por qué no?, que contribuyáis también a hacer posibles las de los demás. ¡Feliz 19 de marzo!, aunque os lo diga un día después.

Y, a estas alturas del partido, creo que concordaré al menos con la inmensa mayoría si digo que buena parte de tal felicidad reside en la salud. En estar y encontrarse bien. En ir capeando el temporal que nos azota, por ejemplo, o muchos de los otros posibles problemas y amenazas para ella. Porque, sin salud, es evidente que todo es más complejo. O, directamente, no es. Por eso el mejor regalo es que os cuidéis, cuidar a los otros y que os cuiden los demás. ¡A por ello!

Y, en tal tesitura, es importante entender qué está pasando ahora en términos de inercia en la incidencia de la crisis sanitaria del COVID-19. Definimos la inercia de un sistema, como muchos sabrán, como la tendencia del mismo a permanecer en un determinado estado, frente a las causas que imprimen cambios en el mismo. En el caso de un cuerpo en movimiento esto es evidente: la inercia hace que siga moviéndose durante un tiempo, a pesar del rozamiento o de una fuerza de frenado. La inercia también es la responsable de que un cuerpo siga en reposo indefinidamente mientras no actuemos sobre él. El newtoniano principio de inercia nos asegura que cualquier objeto másico permanecerá en su estado de reposo o de movimiento rectilíneo y uniforme mientras no se ejerza sobre él ninguna fuerza. Una inercia, como concepto, que también se puede aplicar a los equilibrios térmicos y a multitud de campos y fenómenos, en todas las disciplinas.

La inercia es fundamental a la hora de entender la pandemia. Los titulares de los medios nos hablan ahora de UCI que se descongestionan, listas de contagios activos a la baja y mucha menor incidencia en todos los indicadores de la situación epidémica. Incluso, a la luz del estado actual de las cosas, algún responsable político ha dicho algo así como que van a ensayar unas determinadas medidas una semana y, en función de lo que ocurra, abundar en ellas o no. ¡Noooo! ¡Cuidado! ¡Cuidado con la inercia, que en este caso puede situarse en el rango de una semana larga a dos semanas! Y, ¿qué quiere decir esto? Pues que, visto el período de incubación y de manifestación de los síntomas indicados por los clínicos, cualquier decisión que se tome o cualquier cambio en las pautas de actuación tiene que tener en cuenta tal plazo temporal, tal período ventana. Y es que, no lo olviden, si nos despendolamos durante una semana no va a ser hasta unos ocho a catorce días desde cada contagio cuando se va a evidenciar el mismo. Esto, proyectado durante los siete días del despendole, va a indicarnos que desde el segundo día después de terminar el mismo hasta dos semanas después, va a estallar el repunte, con un máximo seguramente en torno a una semana a diez días después de tal semana de euforia y descontrol, sin haber hecho cálculos finos y a ojo. Resultado: que puedo hacerlo rematadamente mal una semana, que parezca que no pasa nada y que, cuando quiera tomar medidas, sea ya demasiado tarde. ¿Les suena? Salvar el verano, salvar la Navidad y toda esa dialéctica barata y poco fundamentada que demasiadas vidas se ha cobrado ya. No. Aquí lo que tenemos que hacer es salvar a todos los seres humanos posibles, perseverar en las políticas de vacunación y en la dotación de medios a clínicos e investigadores para mejorar cada vez más los tratamientos y la profilaxis, y poco más. Ah, y a largo plazo articular nuevas políticas —reales, no pantomimas— en materia de presencia y peso de la actividad científica en nuestra sociedad. Y apostar por la sanidad pública y creer de verdad en ella.

¿Y qué pasa entonces con todos aquellos negocios que, por la situación sanitaria, sean obligados a cerrar temporalmente? Desde el minuto uno, ayudas económicas claras, ágiles y bien fundamentadas, y punto. Les aseguro que esto sería más barato que la suma de muchas de las componendas que se están haciendo, el enorme coste sanitario de la situación actual y... el precio incalculable e infinito de la pérdida de cada vida humana. La economía podrá ir bien solamente cuando la pandemia esté, de verdad, bajo control.

La inercia es el enemigo. Y, por eso, cuidado con los titulares engañosos o con los cantos de sirena. Sigue habiendo pandemia. Sigue habiendo amenaza. Sigue habiendo enfermedad y muerte, aunque las cifras en UCI se desplomen. Aunque en el CHUS, el CHUF o en el Chuac, por ejemplo, los clínicos respiren algo más aliviados de trabajo y tensión. Recuerden que lo de hoy no se verá mañana, sino bastantes días después. No se confíen ustedes. Inercia. Sin más.

Ah, y para quien me tache de que escribir esto es fácil a toro pasado, tiene a su disposición los artículos de hace más de un año. No ha variado ni un ápice un discurso que, si estuviese más extendido, hubiera implicado menos sufrimiento y destrucción. No es tiempo para lanzar las campanas al vuelo. Hay que ser prudente, más prudente e incluso más. Podrá gustarnos, o no, pero es lo que hay.