Se les saluda en este 24 de marzo. ¿Se han dado cuenta de que ya ha entrado la primavera? El milagro de cada año se ha producido, y muchas de las yemas han acabado por explotar, llenándolo todo de luz y color. Nuevo período y nuevas sensaciones, que cada uno asumirá de la forma que sepa, quiera y pueda, como siempre, en función de su momento vital... Y aquí voy yo, porque, ¿qué tal les llega esto? ¿Cómo les va? ¿Cuáles son sus intereses y reflexiones? Yo les cuento, y a esto dedicaré estas líneas, que ando en este período de tiempo preguntándome por qué el ejercicio de la política, en este país, lo llena todo. Absolutamente todo, en cada minuto de cada día. ¿Es esto normal?

Y no, no me refiero a una construcción teórica, o al abordaje de las grandes cuestiones pendientes, sino a un ejercicio puramente doméstico, aterrizado, prescindible y con frecuencia bastante sobreactuado y cargado de banalidad. ¿Qué ocurre aquí? ¿Por qué hay una industria tan sobresaliente dedicada a hacer que hace, a decir que dice y… a que todo quede igual? ¿Qué monstruo hemos creado entre todas y todos, como respuesta a cuarenta años de silencio obligado? ¿En qué se ha convertido, mucho más allá del espíritu de servicio, el ejercicio de la política en España?

Pues ya me dirán si están ustedes de acuerdo o no, pero lo que les voy a proponer es que todo ello acontece como respuesta a un cierto vacío en la esfera colectiva de nuestra sociedad. Lo que un día llenaban, a golpe de obligación, los planteamientos de otra época, se vació de golpe... y no hemos sido capaces de encontrar alternativas. Evidentemente esto es una generalización, y hay muchas personas que plantean diferentes propuestas, en todos los ámbitos, a la altura de cualquier otra sociedad. Pero, ¿por qué no permea esto de forma fluida a la construcción de la esfera colectiva? ¿Nos merecemos hablar siempre de lo mismo, con la sociedad un tanto estancada en los problemas enquistados de todos los días, todos los meses y todos los años?

Sí, para mí la causa es un vacío, que no se acaba de llenar. Quizá todo vaya demasiado rápido, o quizá no sepamos modelar bien qué sociedad queremos, pero hay demasiado vacío entre nosotros. La agenda debería estar cargada de elementos del modelo que queremos, para ser capaces de consensuarlos desde la perspectiva de cada uno… pero no es así. La propia pugna política es, en sí, un bien valioso para los contendientes en liza, y eso hace que no se avance en soluciones muchas veces. Una especie de procrastinación a la que nos resignamos, mientras mucho de lo que hemos realizado con el esfuerzo de todos se deteriora y hasta se pierde.

Me gustaría ver que esta primavera, como un día vaticinamos, fuese el comienzo de una sociedad mejor. Lo dijimos hace un año, cuando el coronavirus empezó a asomar su espícula por debajo de la alfombra del nihilismo. Pero parece que hoy tal ideal, necesario como utopía hacia la que caminar, se ha desvanecido. Se oyen pocas voces convencidas de ello, quizá atrapadas por ese inmenso vacío que quedaría si los tertulianos no abordasen, cual marmota Phil, siempre las mismas cuitas y los mismos contubernios, amplificándolos y dándoles razón de ser. Poco queda sí, si quitamos el fútbol, los bares —ahora venidos a menos— y muy poco más. ¿Quién habla de ciencia? ¿Quién de cultura? ¿Quién de los problemas que hay que afrontar, que nos visitan de forma reiterada pillándonos siempre con el mismo intolerable grado de provisionalidad y falta de previsión? ¿Quién habla de música en serio? ¿Quién habla de construcción social? Obviamente muchas y muchos de ustedes lo hacen, claro está. Pero cuando expreso esto quiero decir… ¿cuánto de ello va de ahí a la agenda de lo público, de lo común, de lo que vibra y se expresa en la calle, en el aula o en los círculos sociales? Poco. O nada.

Hemos de cambiar. Convertirnos en una sociedad más madura, en términos de abordar de una vez las dificultades, consensuar soluciones, y aparcar eternos debates maniqueos. Eso dejaría tiempo para repensar qué queremos ser de mayores, y cómo. Y qué tiene que ocupar la esfera pública, más allá de los cantos de sirena de estrellas del rock metidas a protagonistas mediáticos de una política desquiciada. Porque, ¿saben?, esta tendría que pasar mucho más desapercibida, ser más de perfil plano, con muchos más “sosos”, como quieren llamarles ahora a los que huyen del oropel con que se unge a veces a esos nuevos sanadores y sanadoras de masas… Tendría que ser más anodina, asegurando discretamente que todo funcione: lo económico, lo social, lo científico, lo cultural, lo administrativo… Eso, y nada más.