La reciente honra en Montauban (Francia) a la tumba del que fuera presidente de la Segunda República española, Manuel Azaña, por parte del presidente francés, Macron, acompañado por nuestro jefe de Gobierno, Pedro Sánchez, me sirve de puente para traer aquí algo de lo que estaba leyendo en esas fechas, el breve libro de Josefina Carabias —¡qué bien escribía la admirada colega!— sobre Azaña, con ese significativo título Los que le llamábamos don Manuel, que revela la cercanía y el favor de que disfrutó la periodista con el ascendente político en los años treintaytantos. No es una biografía al uso, pero ahí se aprecian las luces —su visión de hombre de Estado, su convincente oratoria, el indulto a Sanjurjo, la fidelidad a los suyos— y también se entrevén sombras —autoritario, a veces despectivo, no contuvo los desmanes revolucionarios, su choque con los dirigentes catalanes, el trágico episodio de Casas Viejas, y muchas más sombras— en la trayectoria política del siempre discutido —opino eso por lo que conozco por más fuentes— Manuel Azaña. Añado que aparte del politiqueo destacó también como hombre de letras —Premio Nacional de Literatura en 1926— y que al cumplirse 80 años tras su fallecimiento son ya de dominio público todas sus obras escritas.