Saludos de abril, pasados estos días más vacacionales, consolidado el arranque de la primavera y metidos de nuevo en el día a día. Temas que arrancan de nuevo y mucha expectación, claro está, por ver los resultados de todos los desmanes cometidos por una pequeña parte, pero suficiente, de la población, en este tiempo. ¿Cuál será el devenir de la curva de contagios de la infección por SARS-CoV-2 en los próximos diez días? Cualquier cosa puede ser…

Y fíjense que digo una pequeña parte de la población porque, a estas alturas, creo que el mayor número de la misma está realmente concienciada en la identificación de qué mecanismos activan una mayor transmisión de la pandemia, a la vez que tiene la firme convicción de no querer llegar a una situación como esa. Demasiadas muertes han caído ya en el entorno de todos y todas como para no darse cuenta de que, haciendo lo mismo, no se puede esperar resultados diferentes. Es necesario un cambio, si no queremos aspirar a lo mismo. Este axioma, poco emocional, hunde sus raíces en la razón más pura, sin edulcorantes. Y eso es lo que necesitamos, y no otros planteamientos que, por recurrentes, nos condenan siempre a lo mismo. Cuánto daño hace a este pueblo el “¡Malo será!”, apuesta casi telúrica por lo que el destino y sus hados quieran depararnos… Pobre enfoque… Mucho mejor que eso, apliquemos la razón, y esta nos dice que cuando algo no funciona, hay que cambiarlo. Y, evidentemente, es necesario que todos hagamos las cosas bien si queremos no volver a cometer errores ya conocidos.

Lo expresado en el párrafo anterior, al hilo de la pandemia, puede ser también aplicado en muchos otros ámbitos. Y, fíjense, también en lo que quería hoy contarles, en los días en los que se cumplen cuarenta años de nuestro vigente Estatuto de Autonomía. Un marco legal, sin duda, que ha permitido una evolución continua de nuestro pueblo en las últimas cuatro décadas, pero que también nos ha mostrado sus costuras y limitaciones. Porque Galicia, al margen de las mejoras conseguidas, también arrastra problemas verdaderamente acuciantes y graves, que han de ser objeto del interés de todos. Y ante los que no hay que mostrar pasividad, esperando que sea alguna de las numerosas administraciones de este país la que lo ponga en la agenda. Son temas cuya puesta en la escena pública ha de liderar la sociedad, dejando a quienes elijamos como representantes y, a través de estos, como poder ejecutivo, el cometido de llevar adelante las mejores soluciones disponibles para abordarlos.

Galicia afronta hoy todavía carencias importantes. La adversa demografía y la falta de políticas activas realmente exitosas para incentivar otros escenarios drásticamente distintos en tal materia destacan entre lo más prioritario. La falta de un proyecto estratégico que incluya y trascienda lo socioeconómico, consensuado y mimado desde todas las opciones políticas, y apoyado más allá de por la parroquia de cada uno es otro de los grandes problemas que arrastramos. Una lista del “debe” en el que yo pondría también la fragmentación del territorio, inasumible para los tiempos y tecnologías de hoy. Y, hablando de fragmentación, también la de la Administración, lo que provoca estructuras caras, a veces poco ágiles y, muchas veces, de utilidad mejorable. Un listado que completaría, por ejemplo, con la asunción de que hoy existe una falta de definición de espacios propios para cada uno de los usos, a nivel macro, salvaguardando el medio ambiente y, a la vez, promoviendo nuevos desarrollos industriales en procesos de alta creación de valor. Algo que, por indefinido, lastra tanto nuestra capacidad de atraer inversión y capacidades como nuestra firme apuesta por un entorno que, manifiestamente, podemos cuidar bastante mejor.

Creo que esta es la línea en la que hay que celebrar estos cuarenta años de Estatuto. En positivo, porque tal marco es el garante del progreso, y en tal línea se ha evidenciado hasta ahora. Pero sin caer en el inmovilismo o en la resignación. Hay elementos que aún están pendientes de un desarrollo real y efectivo, y otros que pueden mejorar para adaptarse mejor al momento actual y a los retos pendientes. Tanto a los ya enumerados como a aquellos en los que, sin duda, estarán pensando ustedes. Y ello de una forma viva, generosa y orientada a resultados, por encima de los intereses demoscópicos y, a la postre, electoralistas. Ese es el único espíritu posible, a mi entender, para que salgamos ganando todos, como gallegos y gallegas. Lo otro, lo de la desbandada y los intereses particulares, ya saben a qué conduce. Y, repito, no se puede seguir haciendo lo mismo… esperando otra cosa.

Galicia, 40 años después del Estatuto

Galicia, 40 años después del Estatuto