Permítanme estimados lectores que recurra a la idea del genial Francisco de Quevedo de fantasear sobre un matrimonio entre El Casar y la Juventud, del que nacieron “Contento” y “Arrepentido” (en los Desposorios entre El Casar y la Juventud) y les hable de otro matrimonio, muy de nuestros días, entre doña Ignorancia y don Atrevimiento.

Al igual que les sucedió a El Casar y la Juventud, después de largo tiempo y entrañable amor, Ignorancia y Atrevimiento se casaron. Eran tiempos propicios para contraer matrimonio. No tanto porque fuera frecuente casarse, cuanto porque convenía a la raza humana que ambas virtudes, la Ignorancia y el Atrevimiento, regaran el mundo con los frutos de su amor.

Y así fue. El primer presente de aquella apasionada unión fue la pequeña Necedad. La primogénita llenó de gozo al feliz matrimonio, no solo porque al ser fémina el enlace de sus padres podía calificarse como feminista para el resto de su existencia, sino también porque el nombre de Necedad aludía a ineptitud, irracionabilidad y terquedad, tres de las prendas que debían adornar a todos los que deseasen tener un brillante porvenir en aquel Reino de la Estulticia.

Tras este sin par nacimiento tuvieron que esperar un par de años a que llegara el segundo embarazo, que precipitó en el alumbramiento de un varón al que no dudaron en llamar Pasmado. Nunca, ni siquiera con Necedad, habían estado tan acertados al elegirle el nombre el recién nacido, porque Pasmado era realmente un ser alelado, absorto y distraído.

Como era de esperar en aquellos tiempos de cortos saberes, escasas exigencias, y amplia y generosa difusión de la inepcia, la familia de Ignorancia y Atrevimiento no tardó en prosperar. Al haberse mezclado linajes de tan amplia ascendencia social, escalaron rápidamente hasta las más altas cotas del desconocimiento en el que brillaron con luz propia.

Y es que, aunque tal vez no lo habían pretendido, la combinación genética de la ignorancia supina y el atrevimiento insolente dio unos frutos inigualables. No saber prácticamente nada de nada era una de las virtudes más grandes que podían adornar a un ser humano. Y el desprecio al riesgo, propio del atrevimiento, los hacía especialmente decididos a la hora de mostrar su incompetencia.

Eran envidiados por ser una familia de arrojados, osados, intrépidos y hasta imprudentes. Y es que no les iba mal. Nada los detenía porque habían desterrado de su vocabulario la palabra autocrítica. Y sobre todo porque tenían la picardía del necio que consistía en justificar sus casi siempre infundados pareceres en la libertad de expresión. Cuando alguien contradecía cualquiera de sus opiniones lo tachaban de opresor de la libertad de expresión. Y por mucho que los más cautos y pacientes se esforzaran en aclararles que la libertad era un instrumento al servicio del pensamiento, no comprendían que en la libertad de expresión lo sustantivo era el pensamiento y lo adjetivo el hecho de darlo a conocer.

No fueron pocas las veces en que entablaron una agria discusión en las redes sociales porque sus infundadas opiniones eran profundamente criticadas por los verdaderos conocedores del asunto en cuestión. Y en esos casos confundiendo el “culo con las témporas” cualquiera de ellos, Ignorancia, Atrevimiento, Necedad o Pasmado, acusaban a sus críticos de que lo que les molestaba eran la democracia y la libertad de expresión.

Como no podía menos de suceder, no fueron pocos los que trataron de hacerles comprender, sin lograrlo, que la bendita democracia y su consustancial libertad de expresión no aumentaban por sí solas y por una especie de arte de magia los conocimientos y saberes de cada ciudadano. Y que la clave no estaba solo en poder decir uno lo que quería, sino en elaborar con profundidad y conocimiento el pensamiento o las ideas para difundirlas libremente y hacer que la sociedad fuese más plural, mejor formada y más democrática.

Pero todos esos intentos fracasaron. La familia de Ignorancia y Atrevimiento nunca llegó a entender que el saber no se adquiría por ciencia infusa, sino a través del estudio; y que la democracia, aunque es una maravillosa invención del hombre, no convierte en sabios a los ciudadanos que no lo son. Ignoraban también que la democracia hace que todos los ciudadanos tengamos las mismos derechos y libertades fundamentales, entre los que figura el derecho a la educación. Pero que por sí sola no convertía en ingenieros, médicos o abogados a quienes no lo eran. No tuvieron presente que, como dijo el filósofo Emilio Lledó, es obvio que hay que tener libertad de expresión, pero lo primero y principal que hay que tener es libertad de pensamiento porque “¿qué me importa a mí la libertad de expresión si no digo más que imbecilidades?”.

Por eso, doña Ignorancia y todos los que son como ella deberían tener presente, como escribió Gracián, que “el que sabe puede arriesgarse a lo que quiera, pero saber poco y arriesgarse es caer voluntariamente por el precipicio”, y que “un hombre sin conocimientos es un mundo a oscuras”. Y don Atrevimiento también debería tener presentas las sabias palabras del presidente Lincoln de que “es mejor estar callado y parecer estúpido que abrir la boca y disipar las dudas”.