La tinta vuelve a unirnos, amigos y amigas, desde estas páginas. ¿Qué tal les va? A mí sin demasiada novedad. Ya saben, de casa al trabajo y del trabajo a casa. Poco más. Y poco menos, que en estos tiempos también se agradece vivir sin demasiados sobresaltos. Y terminar la jornada laboral y refugiarse a leer en el particular oasis de cada uno no es mal plan, ¿o no? En otro tiempo uno hubiera preferido viajar, perderse por los caminos más intrincados de nuestra Galicia o, teniendo más tiempo, dar el salto a otros lugares y otras culturas. Pero… ahora es lo que hay. Y ha de ser así, todavía, un tiempo.

Aún así, a veces el día a día te sorprende, y te regala retazos de una realidad diferente, motivadora y llena de luz y aire puro, pese a todo. Y, francamente, lo agradeces. A mí me sucedió ayer. Les cuento.

Miren, recuerdo estupendas jornadas de monte, camaradería y deporte en la Serra da Capelada. Allí, y en otros muchos lugares, acudí muchas veces con bien variadas compañías. Con la familia, por ejemplo. A mi padre ese lugar se le antojaba mágico, y por allí hemos estado juntos algunas veces. Con la Sociedad de Montaña Ártabros, hace tiempo ya, en diferentes salidas entrañables, en las que había tiempo para las setas, para las caminatas y para conocer mejor un enclave maravilloso. Y, en distintos momentos, con personas muy diferentes llegadas de variopintos lugares. Y es que les confieso que, cuando vinieron a verme o por trabajo personas de muy variados países, Ortegal y Santo André siempre fueron para mí destino obligado. Lugares telúricos,vibrantes, asomados a un océano sin parangón y conectados con las mismas entrañas del planeta.

Pues ayer volvió a pasar, en grado superlativo. Con chicos y chicas de Primero de Bachillerato del IES Cabo Ortegal, en el que felizmente paso mis días este curso académico, nos fuimos a la Praia de Areas Negras de Teixidelo, en una fantástica jornada organizada por el Clube de Ciencias. Y allí estuvimos, un profe de matemáticas, otra de biología, otra de tecnología y yo mismo, tocado por la Física, a conocer más de aquel lugar. Y todo ello de la mano de Fran Canosa, geólogo de vocación y de praxis, de quien había oído contar mucho y bueno, y que nos dio todo lo que pudo —que fue mucho— para que el día saliese redondo. Y vaya si salió.

Y así transcurrió nuestra jornada, desde media mañana a media tarde. Antes, clases y trajín. Y, después, un par de cursos y más cosas que hacer. Pero ese tiempo, oh ese tiempo, paz, luz, aire, naturaleza y… magia. Tanta magia…

Conocía la existencia de la Praia de Areas Negras, que se sepa la única del mundo de sus características. Pero, en mis múltiples visitas a la zona, nunca había bajado allí. Es bella. Es cautivadora, mecida por las potentes olas del océano al pie de los imponentes cantiles de Herbeira. Allí, de la mano de Fran, uno aprende sobre las minas de níquel, allá por el siglo XIX. O del naufragio de un mercante, del que aún se encuentran numerosos restos a pesar de que fue evacuado por tierra tiempo atrás. O de los sorprendentes inicios que nos hablan de un valle de origen glaciar, cuando el mar estaba en una cota cien metros más baja y la sierra se hallaba tierra adentro. Y qué me dicen de la constatación de un notable corrimiento de una zona hacia el mar, a partir de numerosos documentos gráficos aportados…

Muchas pinceladas de conocimiento, vivido con intensidad y absoluto lujo de detalles. Mucha naturaleza. Mucha concordia y nuestro convencimiento de que esos son los mimbres con los que edificar la sociedad del futuro. La pasión por el conocimiento “per se”, independientemente de la utilidad pecuniaria que le podamos dar. La pasión por la tierra, por esa suerte de “Pacha Mama” en la que habitamos. Y la asunción de que saber es lo que te hace verdaderamente libre. Saber, conocer y compartirlo, y transmitirlo con ilusión a quien recogerá el testigo.

Vale la pena la educación en la trinchera. En el “Genba”, allí donde ocurren las cosas. Fuera de los despachos y de la teoría. Vale la pena echarse al monte, o a la playa, y llevarse a Mendel, a Sir Isaac Newton, al mismísimo Gauss o a al Hutton de la Theory of the Earth. Vale la pena mostrarlos, socializarlos y hacer su obra parte de nosotros mismos. De la sociedad. De la agenda. De lo que importa. De aquello en lo que se invierte. Y actividades como a la que ayer dedicamos el día son los pilares básicos para que, quién sabe, algún día quizá los que tomen las decisiones se acuerden de lo aprendido en el monte o en la playa. De lo que les cambió la vida entender a Aristóteles o a Planck. Del legado de Lavoisier o de Berzelius… Algo de lo que, no lo duden, estamos enormemente necesitados… Sí, necesitamos otra aproximación al saber en nuestra sociedad.