Comentando el inhumano episodio de la niña vendida por unos pobres padres agobiados —no quiero entrar en otras descalificaciones— para pagar una deuda, el admirado colega que me inspira este minuto escribió formulando la necesidad de más formación en las familias para desterrar vergüenzas como la ocurrida, y otras muchas más de abusos sexuales, semiesclavitud, etc. que se descubren con penosa frecuencia. Así cavilaba pensando cómo poner pies a la idea, hasta que coincido con un buen amigo y me cuenta que en su gozosa jubilación echa una mano en una sección de la ESA (Enseñanza Secundaria de Adultos) con alumnos —los que él ahora monitoriza— que van de los treintaytantos a los 55 años, varones y mujeres. Ni los califica ni los examina, él los ayuda con sus vastos conocimientos para que en régimen de semipresencialidad acaben superando dos cursos de la ESO en un solo año académico. Todo lo que me cuenta mi amigo de la ESA me alegra infinito porque esos adultos, que en su momento no pudieron escolarizarse y ahora sí con un plan más adecuado a sus circunstancias, reciben aparte de los saberes escolares básicos, otros conocimientos culturales y nuevos valores que acabarán revirtiendo en sus familias. Seguro que hay más iniciativas.