Mayo comienza a tomar cuerpo, queridos amigos y amigas, y lo que fue un incipiente olor y color de primavera campa ya a sus anchas. El curso escolar está ya dando signos de un inminente final, y el verano se presenta ante nosotros como el siguiente hito reseñable en la peripecia de este 2021 que compartimos. Y aquí seguimos, ya ven, poco a poco y sin prisa, pero sin pausa. 

Mientras, a nuestro alrededor, tratamos de seguir reinventándonos y recomponiéndonos después de los sucesivos zarpazos de un virus que nos ha tocado tan profundamente en lo individual y en lo colectivo. En las escuelas e institutos, a pesar de las aulas cerradas y de un cierto nivel de incidencia de fondo, parece que no estamos tan mal. El curso escolar, podemos empezar a afirmarlo, se ha podido ir desarrollando de una forma bastante tranquila. Y, salvo que las cosas se tuerzan ahora, parece que en tal sentido la pandemia nos ha ido dando un pequeño respiro.

La salud, otro gran pilar del servicio público pagado con lo de todas y todos, también ha podido volver a diversificar su atención con cierto éxito. Después de un primer momento pandémico, en el que los hospitales se adaptaron a un rol casi única y exclusivamente centrado en la COVID-19 y sus consecuencias y complicaciones, esas ingentes ciudades sanitarias han podido ir abriendo el foco paulatinamente, volviendo a afrontar una muy buena parte de la actividad cotidiana programada. No cabe duda de que la amenaza sigue estando ahí, y que aún hay muchos recursos y personas pendientes del virus que ha llegado de Wuhan, pero la situación es, en este momento, otra. Hay espacio para la esperanza.

Pero quizá hay un ámbito de la salud donde todavía hay mucho que rascar, que recomponer, que arreglar y que reorganizar. Y ese es, además, aquel que desde muchos puntos de vista se visualiza como la gran piedra angular sobre la que pivota todo el sistema de salud público. Sí, no es otro que el de la Atención Primaria. El mascarón de proa de cualquier sistema organizado de salud, que hilvana y da sentido a las diferentes actuaciones asistenciales de cara a cada individuo, y que sigue a muy largo plazo su evolución. Es evidente que, aunque menos tecnificado y menos sofisticado, el sistema de Atención Primaria es crítico y clave para articular una respuesta de tipo sanitaria, o incluso sociosanitaria, de calidad. Y nuestro sistema de Atención Primaria todavía sigue encapsulado y cerrado sobre sí mismo. Algo que se desencadenó con la llegada de la pandemia, pero que tiene que ver también con problemas de partida, que hacían que tal sector de la atención sanitaria fuese especialmente vulnerable ante cualquier cambio en las necesidades de la sociedad.

Miren, conozco a bastantes profesionales de la Atención Primaria aquí, en A Coruña, que viven volcados en su trabajo. Que dedican todas las horas que les pide el sistema y unas cuantas más cada día. Que te aparecen por casa, sin avisar y sin que se lo pidas, cuando detectan que algo puede ir mal. Que viven su profesión desde la vocación y el compromiso. Pero también sé que muchas de estas personas están desbordadas, con cupos inabarcables y con exigencias de citas diarias más allá de cualquier lógica que prime la calidad. Al tiempo, sé que la situación actual no es satisfactoria para el usuario, que ve cerradas las puertas de su Centro de Salud, con una atención telefónica que difícilmente podrá dar respuesta a muchos de los exámenes básicos necesarios para atajar patologías susceptibles de empeoramiento ante un diagnóstico o tratamiento tardío. Con todo, la de hoy no es la situación ideal, ni mucho menos. Algo va a tener que cambiar.

Así las cosas, la Xunta de Galicia plantea cambios en el abordaje de tal Atención Primaria, pero no estoy seguro de si los mismos contribuirán a mejorar la situación o no. ¿Por qué? Porque se plantean indicadores de buen desempeño ligados a atención más rápida, pero tampoco se aborda de forma urgente la dotación de más personal, por ejemplo. Y me consta, repito, que hay Centros de Salud donde la necesidad de este es perentoria.

En el ámbito público, en general, está mal traída la evaluación del desempeño y la organización de los servicios a partir de indicadores claros, fiables, medibles y reales. Decir mal traída, incluso, es demasiado. En buena parte del ámbito público, créanme que lo sé por experiencia, esta no existe. Se ensayan medidas muchas veces cosméticas, basadas en el “café para todos” y en lo que se le quiere contar al ciudadano, pero no se abordan de forma eficaz las necesarias reformas y los mecanismos para llevarlas a cabo con garantías de éxito. En el ámbito médico-asistencial, además, la realidad es muy compleja, con muchos factores que inciden sobre la prestación de las hoy extensas carteras de servicios, y con un nivel de estrés del sistema muy alto. No es fácil la solución, no, y nadie dispone de una varita mágica. Pero, al menos, se agradecería una cierta convergencia hacia un mejor estado general de la cuestión. Y este pasa, indefectiblemente, por el hecho de que el sector sea mimado como antesala y primera piedra de nuestro sistema sanitario.

Por eso es preciso convertir un problema -la pandemia y sus consecuencias- en una oportunidad, y reforzar a partir de ahora esa primera puerta de entrada a un complejo y tecnificado sistema de salud como el que tenemos. Los y las profesionales de Medicina de Familia, de Enfermería, de Pediatría o el resto de los que componen el elenco característico de este primer peldaño del sistema, como consejeros de salud, guías de las familias y enlace con el resto de servicios, realizan una actividad de valor incalculable. No podemos permitir que se nos ahoguen en el intento. Ni tampoco que se bunkericen y permanezcan fuera de una realidad compleja y cambiante. Para eso hacen falta medios. Recursos. Indicadores y gestión, sí. Pero también equipo humano, motivación y apoyo. Buen propósito sería ese para mayo. Y para junio, julio y los meses y años que vengan a partir de ahora...