En un jueves de la Ascensión viví en Toledo mi primera comunión hace ya décadas. Y ahora en la fiesta de este año oigo unas y otras citas y fechas para idénticos sucesos. Es un acontecimiento que no sé si calificar de central en la vida cristiana, porque el bautismo es lo inicial e indispensable para todo lo que viene después, pero recibir el cuerpo del Señor, alimentarse de Cristo, es vital y necesario en los que nos decimos creyentes. Por eso en las familias cristianas la primera comunión es esperada y celebrada con especial esmero; antes que nada, la preparación de los niños para que logren distinguir bien entre el pan normal y el pan eucarístico, y que reciben por primera vez, ya habrá otras ocasiones, lo más que se puede tocar en esta vida, por ello nos arreglamos y engalanamos los mejor que podemos. Me parece bien. Pero ya no me lo parecen las posteriores celebraciones más al estilo de las quijotescas bodas de Camacho donde rivalizan el derroche y la prestancia para hacerse notar, sin importar gastos —que tanto cuestan restañar— ni salones que rompen con el aire familiar que esa fiesta debe tener. Respeto otras conmemoraciones. Es simplemente mi opinión.