Desde mi punto de vista, la peatonalización de vías urbanas esconde un deseo soterrado de colonización del espacio por parte de los que más mandan. 

Al azar eligen calles que les gustan por algún motivo y, sin someter a consenso la idea entre los que allí viven, trabajan, sienten y padecen; colocan bancos, estatuas, floreros y maceteros e impiden el paso en coche.

Para compensar la impronta, nos venden la idea de que es bueno para un comercio que ellos mismos derivan hacia las grandes superficies comerciales por la comodidad y lo económico del aparcamiento. Y es que a los diseñadores de nuestro supuesto bienestar se les olvida que una buena parte de la población que gasta en A Coruña, vive en sus alrededores y precisa de vehículo para desplazarse.

Y así, el centro de la ciudad se devalúa plagado de locales comerciales vacíos que afean y empobrecen a unos dueños cuyo poder adquisitivo desciende al mismo ritmo que los ciclistas campan a sus anchas, los autobuses son los amos de la carretera y las familias con niños bajan de los barrios colindantes a poblar las terrazas los fines de semana. Vivimos en una sociedad resquebrajada por el impacto del coronavirus y dominada por unas tecnologías que invitan a no salir de casa.

El centro de la ciudad se devalúa plagado de locales comerciales vacíos que afean y empobrecen a unos dueños cuyo poder adquisitivo desciende

Los Bancos —siempre más avispados que el resto de la población—, llevan años adoctrinándonos por medio de unos bancarios que ahora se enfrentan inexorablemente a recortes de personal y a jubilaciones anticipadas; de la importancia de operar por internet. Y de aquellos polvos vienen los mismos lodos que está generando una venta online cada vez más masiva, que deja de dar sentido a los establecimientos tradicionales y que, de rebote, nos aísla cada vez más como individuos.

Nuestras vidas son diseñadas a la conveniencia de otros que pensaron en la suya propia y que tuvieron los medios y el poder para dar un paso más allá, mientras que nuestros dirigentes juegan a “parecerse” a Gaudí, tratando de imprimir su firma en alguna de las calles que por decisión del pueblo tienen a su disposición durante algún tiempo y con las que practican las construcciones con el dinero de todos.

Sería bonito que ese parné se dedicase a reparar lo que está viejo antes de gastar en novedades —algo, por cierto, muy recomendable en el tiempo de posguerra en que vivimos—; así como a mejorar las infraestructuras y a proporcionar mayor bienestar a aquellos que necesitan de ayudas sociales para sobrevivir.

Del mismo modo, sería más que recomendable que cada uno de nosotros hiciese un esfuerzo por no permitir ser teledirigido y por pensar un poco más allá hacia donde nos puede llevar la aceptación generalizada disfrazada de comodidad. Porque ya se sabe eso de que el pan para hoy puede acabar siendo hambre para mañana.

Estamos siendo colonizados de forma progresiva. De algún modo y de forma sutil, nos van obligando poco a poco a vivir como quieren que vivamos. La peatonalización del centro de las ciudades, en mi opinión, no es más que la punta de un iceberg que esperemos no acabe por derrumbarse. El resto de lo que pienso y, al margen de ideologías políticas del gobierno de turno, ya se lo he contado a todos.