Buenos días. ¡Hala!, solsticio y San Xoán superados, curso desactivado, y ya estamos en verano. El conjunto del país se prepara para dos cosas. La primera, para que una buena parte de la ciudadanía disfrute, en algún momento, de unos días de descanso y solaz. Y la segunda, para que otro gran grupo intente, de alguna manera, enjugar parte de lo perdido en este tiempo que llevamos de pandemia y, al menos, intentar remontar. Dos actividades que suponen, ciertamente, un “yin” y un “yang”. Unos tratarán de descansar, quizá después de pasar meses al cuidado de enfermos en una UCI, atendiendo cada día a sus alumnos, o en las mil posiciones derivadas de la logística y distribución, que cuidó de los suministros, los trasladó y los gestionó en el punto de venta. Y otros, en cambio, lo darán todo para intentar trabajar todo lo que no pudieron en estos meses, en sectores como el del turismo o el ocio, por ejemplo.

Todo eso está muy bien, y ojalá tanto unos como los otros consigan sus objetivos, porque todo es importante. Pero siempre que no tengamos que hacer como nos confesaba el maestro Aute en una de sus canciones, “pidiendo perdón por confundir el cine con la realidad...”. En este caso, haciendo uso de tal licencia metafórica, por confundir tal realidad —pandémica, a día de hoy— con los deseos. ¿Cuáles? Los de que todo hubiese ya pasado. Y no, no es así. No es verdad.

Nos podemos poner de pie, sentados, haciendo el pino o tapándonos ojos, boca y oídos con las dos manos. Vale. Pero esto no ha pasado, a pesar de que a veces haya la tentación de hablar de la pandemia en pretérito o se nos recuerde “lo mal que lo hemos pasado”. Esto no va así. Tampoco de que queramos meter miedo o ser exagerados. Simplemente, va de trabajar con los datos en la mano. Y de, ante idénticas situaciones o acciones, no esperar otra cosa que los mismos resultados. Y, así las cosas, queda mucho aún.

Es evidente que las cosas están mejor. Claro. La vacunación —aunque algunos hayan hecho el ridículo diciendo verdaderas barbaridades sobre la misma— es el único instrumento efectivo que hoy existe para hacer frente a la infección por SARS-CoV-2 y atenuar su contagiosidad y efectos. Y, con una buena parte de la población vacunada, los resultados positivos son evidentes. Pero esto no se queda aquí. Sigue habiendo peligro mientras no haya una transmisión verdaderamente baja del patógeno, y todavía quedan muchas personas que pueden sufrir los devastadores efectos de lo que un día se tildó de “pequeña gripe” y hoy sabemos que es un virus con afectación vascular, diferentes efectos diseminados por el organismo y una potencialidad infectiva alta.

Con todo, deberíamos abandonar los discursos grandilocuentes y la alegría por un verano en el que parece que nos vayamos a comer el mundo, cuando la realidad es que tendremos que dar pasos pequeños, testar los efectos y avanzar con cuidado. Estos mismos son días de repunte, pero no solamente aquí. En Israel están como están, en contra de lo pronosticado hace un tiempo, y Portugal ha frenado en seco su “desescalada” por el cariz de los acontecimientos. Yo comprendo que hay personas que se están jugando ahora todo, después de meses desastrosos de cierre y cero ingresos. Pero lo peor que uno se puede jugar y perder es la vida. Y no podemos desdeñar ninguno esa posibilidad, por mucho que nos creamos invulnerables. No lo somos, en absoluto.

¿Es este un discurso pesimista? No. Es un discurso realista. Creo que hay que avanzar en recuperar parte de la normalidad, pero ojo avizor y sin caer en malas prácticas, que cada día son más evidentes. Hoy mismo —ayer— he comprado dos cajas más de mascarillas, porque las mismas van a seguir estando muy presentes en muchas de nuestras actividades. Y, al fin y al cabo, no son tan incómodas ni nos hacen la vida tan horrible. Es mucho peor una intubación o las secuelas de la enfermedad. Hemos de ser cautos, y no jugar con la vida de los demás. Hemos de ser disciplinados. Y si toca mascarilla para cuidarnos y cuidar a los demás, pues ya está.

La pandemia no ha pasado, aunque aquí estemos ahora en un momento relativamente dulce de la misma. Pero los hechos son impredecibles y, a pesar del alto esfuerzo realizado, una mutación fuera del mecanismo de actuación de las vacunas o cualquier otro cambio inesperado podría complicar mucho la situación. Y no olvidemos, por supuesto, a tantas personas que viven en entornos mucho más complejos, más difíciles, sin protección de la salud y con condiciones extremas. Personas con las que la pandemia se ceba en muchas ocasiones.

Cuídense. Cuiden a los demás. Disfruten, en lo posible. O trabajen, si es lo que ahora les toca y pueden hacer. Pero piensen que la amenaza sigue ahí, y que solo con responsabilidad real se podrá evitar que el desaguisado siga creciendo... Sí, sigue ahí, aunque nuestros sueños sean otros.

Pregunta final para navegantes: ¿por qué diferentes centros de estudios organizaron excursiones de fin de curso que han terminado en un macrobrote, que será sinónimo de más sufrimiento, dolor y muerte? Yo sé de quien, por responsabilidad, se ha quedado con las ganas de tal tipo de actividad. Y es que hay centros donde se han hecho bien las cosas...