Galicia recibió el año pasado 1.992.000 visitantes, un 61%% menos que en 2019. Enmarcar este dato en el contexto nacional, donde la caída media llegó casi al 70% permite relativizarlo. La Xunta reforzó una posición como destino seguro y saludable que habrá que seguir alimentando sin descuidos. El verano en la comunidad empieza con expectativas muy halagüeñas. El avance de las vacunas y el descenso de la letalidad del virus anima a los ciudadanos a viajar. Y a hacerlo sin salir de España porque, a pesar de la mejoría, las exigencias de cada país complican el éxodo. A Galicia se le presenta una oportunidad estratégica de consolidarse como el paraíso selecto de las familias que buscan calidad, comodidad, riqueza cultural, gastronomía y belleza.

El virus sigue entre nosotros, no lo olvidemos. El hecho de que Galicia haya vacunado a casi la mitad de su población con la dosis completa es un logro estupendo. Eso permite un margen de tranquilidad, aunque no garantiza la desaparición de los contagios ni impide su repunte. Máxime cuando nos adentramos en la estación más propicia para los desplazamientos. Muchos de los viajeros que llegarán en los próximos días a la comunidad lo harán sin protección porque sus regiones van más rezagadas en la aplicación de las inyecciones. El COVID castiga a estas alturas especialmente a los jóvenes, precisamente quienes mayor movilidad manifiestan durante las vacaciones, pendientes de inmunizar.

Bajar la guardia desharía mucho del arduo camino recorrido. Efectuar un control riguroso de los casos y brotes que surjan y continuar avanzando vertiginosamente en el proceso de vacunación siguen siendo las prioridades. A día de hoy, el objetivo de inmunizar al 70% de los gallegos a finales de agosto es considerado viable por las autoridades sanitarias.

Desde ayer no existe obligación de usar las mascarillas al aire libre manteniendo distancia de seguridad. Con la caída de un símbolo del sufrimiento renace una cierta sensación de normalidad. Administrar de manera irresponsable este alivio momentáneo, confundiéndolo con la victoria que permite la relajación porque las posibilidades de infectarse quedan reducidas al mínimo, sería una desgracia. Las reglas del juego han de estar claras y deben cumplirse como hasta ahora: sin confianzas. Hacer realidad este desafío depende, más que nunca, de toda la sociedad. Y así deberíamos encarar esta recta final de la batalla: como un reto común todavía vigente que necesita de los últimos sacrificios. No asumir esfuerzos en conciliar las ansias de plena libertad y diversión con la sensatez puede salir caro.

La Xunta, diputaciones y ayuntamientos han pisado el acelerador cultural, pasando de cero a cien en cuestión de días en la organización de actos. Su ahínco por mantener programaciones atractivas y ahora redoblarlas merece elogios. Las principales ciudades van a celebrar festivales para públicos diversos durante julio y agosto, con limitaciones obligadas, adaptándose a las circunstancias y demostrando que seguridad y deleite no constituyen términos antagónicos. Vuelven también las verbenas, eso sí, en formato COVID. Además, el Xacobeo supone toda una oportunidad histórica para la reactivación turística.

La pandemia deja dolor y también descubrimientos interesantes. El valor de las villas y aldeas en el engranaje territorial, en conexión con las áreas urbanas, es uno de ellos. Las zonas rurales atraviesan un momento dulce por sus virtudes para reconectar con la naturaleza y cultivar una relación con el entorno y los semejantes más amigable y humana. En la rica diversidad gallega, estos núcleos aportan un contrapeso fundamental a la otra Galicia urbana que tanto ha crecido. Muchas familias de aquí y de fuera incluyen, además de costa y playas, el campo como opción principal para asentarse. Solo activando así los recursos demográficos y estimulando la economía lograremos devolver vitalidad a los pueblos y frenar un saldo demográfico demoledor. Perdemos un habitante cada hora y media.

El prototipo de visitante de estos tiempos busca también casas aisladas para estancias medias o largas. La Galicia rural encaja como un guante en este perfil de demanda. Si la temporada turística del año pasado ya desbordó las previsiones, los datos indican que esta segunda campaña en pandemia la rebasará. Hay ganas de empezar a disfrutar del ocio como antes y menos límites para hacerlo. Si no queremos dar pasos atrás, gocemos del tiempo estival pero mantengamos la prudencia como una obligación colectiva.