Buenos días de nuevo. Aquí seguimos, dando casi ya el carpetazo definitivo a Junio, con lo que habrá transcurrido ya el primer semestre del año. Y, así las cosas y ya en verano, nos encontramos ante el habitual punto de inflexión de estas fechas, para entrar en un ritmo diferente. Y es que, con el curso académico terminado y la llegada de días largos y temperaturas más elevadas, se respira un tiempo más dedicado al ocio y las vacaciones, en contraposición a otras temporadas del año. Pero este, como el anterior, es un año especial. Vacaciones sí, y descanso también, pero sin olvidar una amenaza que sigue ahí, que se ha cobrado ya muchas vidas y que, por solidaridad y por compromiso personal, nos atañe a todos, independientemente de nuestra vulnerabilidad.

Dicho esto, me meto ya directamente en harina para denunciar aquellos comportamientos en que parece ni existir solidaridad, ni compromiso, ni nada que se le parezca. Ya sé que hay otros muchos factores que pesan, cansancios y pérdida de oportunidades, pero... Hay quien se merece un pequeño rapapolvo. Porque hay personas entre nosotros, no lo olvidemos, que desde el principio han hecho lo que les da la gana. No han entendido de pautas, de normas, de lógicas orientadas a la contención y de empatía. Nada. Y de esto también hay que hablar, hay que verbalizarlo. Luego, a partir de ahí, se trata de entendernos, de llegar a consensos, de conocer las razones de cada uno, de explicar contenidos científicos y de aprender de dicho trabajo.

Entiendo que esta sociedad es muchas veces muy poco inclusiva y que es una buena parte de la misma la que lleva mal que, cuando Santa Bárbara suena, se le pida su colaboración, mientras que en otros momentos cada cual vaya “a su bola” y te ignore. Sí. Yo sería partidario de otros modos y otras formas, de otra construcción colectiva que cuente más con todas las personas, repartiendo las oportunidades de otra forma. Pero eso, el sentirse un tanto desplazado, o algún sentimiento parecido y muchas veces justificado, no es óbice para entender que aquí cada esfuerzo cuenta, y que la erradicación o la contención definitiva de este patógeno es una cuestión de todas y todos. No importa que unos lo hagamos “de libro”, si otros no colaboran. Hace falta que rememos en el mismo sentido y, sin ello, todo será mucho más difícil. Hace falta una lógica común que, en el maremágnum del ruido mediático, de las noticias falsas y de salidas de pata de banco de mil personajes conocidos, queda bastante diluida.

Les pongo un ejemplo. Conozco muy de primera mano a un grupo de estudiantes que este año terminó Segundo de Bachillerato. Como todos, o más por ser de una “vila” pequeña y un tanto aislada, les hubiese encantado no suspender sus planes para el fin de curso. Hubiesen sido muy felices de compartir con sus compañeros, con los que llevan desde pequeños en las aulas, unos días juntos tras el final de un curso que, créanme, muchas veces les resulta agotador. Pues bien, ni siquiera se llegó a plantear. Lógico. No tocaba. Ellos lo entendieron y a sus profesores ni se nos pasó por la cabeza lo contrario. No era el momento. Y los del año pasado, tampoco. Así son las cosas, y no dejan de ser males menores no realizar tal excursión. Ya habrá tiempo... o no. Pero la alternativa, vista con perspectiva y responsabilidad, era mucho peor.

Para otros no fue así. Se fueron a Mallorca a “toca-lo zoco”, de juega infinita. Macrobotellón. Concierto megaultramultitudinario. Fiestas por doquier. Y... ¿Vamos a decir ahora que es un accidente? ¿De verdad no hay ahí ningún responsable? ¿Es el destino el que ha marcado el estado final de los acontecimientos, con cientos de infectados y terceros que, a partir de tal vector, van a pasarlo muy mal o incluso perder la vida? ¿Vamos a ser tan hipócritas de no llamar a las cosas por su nombre? No. No tocaba ir, y me parece aberrante que tales excursiones se hayan podido producir, entiendo que por cuenta propia y sin implicación de equipos directivos y profesorado de los institutos, ¿no? Porque lo contrario me parecería, cuando menos, sorprendente...

No vale la indolencia. No vale la idiocia. No vale el “malo será” o el “conmigo no va la cosa”. Hay que creer en el conjunto y en el bien común. Y, en tiempo de pandemia, hay que saber renunciar. Algunos llevamos año y medio haciéndolo. Otros no saben conjugar ese verbo. Me recuerda al secretismo en tiempos del principio de la peste en Venecia, donde la enfermedad y muerte se escondían y se miraba para otro lado, no fuese a ser que los turistas huyesen... Al final, como bien lo retrata Thomas Mann, fue la debacle. Y todo por pretender la normalidad, en un tiempo que, epidemiológicamente, tiene poco de normal. Cuidémonos. Porque en todos nuestros actos, por acción o por omisión, hay responsabilidades y, por supuesto, responsables.