Cada latido, cada respiración, cada esfuerzo denodado de personal sanitario desbordado en una UCI en estos tiempos de crisis sanitaria… Cada acción por mejorarnos a nosotros mismos y a los demás mediante el abrazo del conocimiento… todo ello es parte del tesoro que, entre todos y todas, hemos construido, y que debemos velar siga vigente por generaciones, pese a todas las tensiones que en estos tiempos líquidos, desnortados y posmodernos amenazan a la cordura personal y a la integridad colectiva… Todo ello cuenta, con la ilusión —que no la entelequia— de que podamos vivir en armonía y paz, dentro de nuestra natural diversidad en todos los órdenes…

Todo ello se quebró hace bien poco, enfrente del bello mar, en un fatídico momento que nunca debió haber existido. A los investigadores les corresponderá reconstruir qué pasó y apuntar a los presuntos culpables, y la maquinaria de la Justicia tendrá que dirimir tales culpas y emitir su veredicto, sí. Pero mucho de lo que ha trascendido apunta a una realidad gravísima y execrable: el asesinato de un inocente por una horda de personas fuera de cualquier lógica y ávidas de una presa fácil. No soy de opinar en caliente, ya lo saben. Pero es necesario una respuesta contundente y ahora.

Miren, puedo entender que alguien se enfade con otra persona, le dé un empujón o incluso un puñetazo y, fruto de un traspiés, se caiga con la mala fortuna de desnucarse. O, peor aún, que si hay un arma cerca, alguien termine blandiéndola y, en un forcejeo, suceda lo peor, quizá por una enajenación mental o en una situación de legítima defensa. Pero… nada de eso fue lo que presuntamente pasó, por lo que ha trascendido a partir de los testigos de los hechos. Sí, para mí, a la espera de los detalles y de que la investigación continúe y avance en sus conclusiones, las cosas fueron bien distintas aquí. Y es que, a partir de un desencadenante inicial, se va a por una persona, se le noquea y, en una segunda fase, se le patea hasta prácticamente su muerte, que se produciría más tarde mientras los equipos sanitarios intentaban reanimar a la víctima. ¿No hay ensañamiento? Y aquí la enajenación mental no existe, al producirse los hechos en varias etapas, con el presunto concurso de personas antes ajenas al incidente.

Pero aún hay más… Si yo llamo “maricón” a una persona mientras le pateo, poco más da si esa persona pertenece o no al colectivo de los hombres que tienen sexo con hombres. Qué más da, porque el delito de odio es evidente. Si yo intento menoscabar de tal manera, uniendo tal apelativo a la agresión, el tema está servido. Claro que ha habido homofobia, o mejor dicho “homoodio”, porque el odio, aunque espoleado por el miedo —a veces a reconocer las inclinaciones propias— no es lo mismo que este último. Los jueces dirán, pero desde mi punto de vista es meridiano.

Hemos de purgar de la sociedad a personas —por llamarles de alguna manera— que van dejando este tipo de violenta huella por la vida. A mí me puede gustar o no el piercing de uno, el tatuaje de otro, la silueta del de más allá, el idioma o la confesión religiosa del de enfrente, la adscripción política de otro, o con quién se acuesta mi vecino. Pero esto es mi problema, no el de él. Porque él no soy yo, y yo no le puedo imponer códigos, creencias, ideas, actitudes o prácticas que él no asuma, con la salvaguarda de la aceptación universal de los más mínimos derechos de las personas, que por cierto es lo que aquí se ha pisoteado. Precisamente el derecho a la vida. El más intenso e inmenso. El más crucial.

Algún día les volveré a recordar la triste historia del amigo mío que murió dos veces. Era un chico gay que apareció muerto y del que, por aquello de su posición social en la asfixiante sociedad en la que vivía, en otro país, su asesinato fue maquillado hasta el infinito, afirmándose que habría acaecido un accidente doméstico. Murió dos veces, sí. Una, asesinado. Y, la otra, vilipendiado hasta por los más cercanos, no mancillasen su supuesta “honra”. Esto no es aceptable en nuestro entorno, donde los crímenes de odio tienen un tratamiento penal específico, mucho más duro, precisamente para salvaguardar la diversidad en un entorno donde parece que siguen morando personas nada preparadas para vivir libremente y en sociedad.

Es duro y es difícil este horrible trance para los seres queridos de quien se va así, pero la violencia solamente se combate apostando por la educación y por ausencia de impunidad. Y con la denuncia, porque la verdad nos hace libres y no hemos de temerle. La verdad nos reconcilia con nosotros mismos y como sociedad. Y la verdad, aquí, es que la triste e intolerable, execrable y brutal historia que ha sucedido en mi ciudad, ha tenido, presuntamente, elementos de odio basados en la orientación sexual, conocida o no, pero esgrimida por parte de los agresores.

Lo siento. Lo siento muchísimo, como ciudadano, como cronista, como gestor social, como educador y como aspirante sincero a una sociedad mejor. Lo lamento profundamente. Lloro sin haberte conocido, así lo hice anteayer en María Pita, y duermo mal desde el triste día en que esto sucedió, Samuel. Y creo que la sociedad tiene que estar a la altura ya no de reparar el daño, tristemente imposible, sino de poner a esta cacería y a sus despiadados culpables en su justo lugar.

Lo siento. Descansa en paz. #justiciaparasamuel