El carácter es el destino. También en el bufé. El hombre enérgico logra las mejores lonchas de bacon. El audaz encuentra el zumo de sandía. El apocado no logra jamón york suficiente para un triste bocadillo. No hay piedad en el bufé. La naturaleza exhibe su cruda ley. El grande se come al chico, o sea, el chico se queda sin donut de chocolate si al hermano grande se les antoja. Si a los españoles nos computaran los huevos revueltos que tomamos en esos días de hotel y los dividieran por los días del año, saldría un consumo medio similar al de los pueblos del norte de Europa. En el bufé, el que odia la fruta desayuna melón con naturalidad y el que desprecia los churros los cata aún lacios. No todo es malo. También está la generosidad: de llenar un plato de montañas de dulces para ofrecerlos en la mesa al resto de la familia. Cómete otra milhoja, Mari Carmen. Mi pregunta en el bufé del desayuno es siempre la misma: ¿pero esta gente luego almuerza?

Otra cosa es el bufé de la cena. No hay termino medio: los hay vestidos como para una boda y los que se atavían con prendas que bien permiten ir directos a la cama. Si el padre de familia es como Dios manda, un hombre avisado, valiente y cuidador de su prole, siempre será el primero en dar el grito que puede salvar la vida y la cena: “Hay langostinos”.

La benefactora madre desvivida por su prole será sin discusión la que vocifere todo lo necesario en pos de la pronta y necesaria reposición de los yogures de fresa, “que a mi Kevin no le gustan los de pera, hombre ya”. En el bufé de la cena se notan las parejas nuevas. Bueno, y en el del desayuno. Si van juntos de la mano a por otro cargamento de cruasanes es que ahí hay voluntad de permanecer juntos hasta que la muerte (por hiperglucemia) los separe, deseo ese, el de que el emparejamiento sea eterno, que se ve claramente en decadencia si “a por el cruasán vas tú, Manolo, que me tienes frita hoy ya”. De la sociología de bufé puede uno servirse a placer. Incluso egos revueltos. El bufé es el infierno del indeciso. Bufé suena a verbo en pasado, sobre todo si bufas de lo mucho que has comido. En el bufé de ideas, el dogma se me indigesta. Paradójicamente, de tanta comida, el bufé ha adelgazado. Ha perdido letras. Antes era buffete. Vete a por un té.