En un extremo del puente vello sobre el Miño, en la ciudad de Ourense, existe una caseta media abandonada que sirvió de fielato. Con una exclamación subrayé ese hallazgo, y ante el gesto indiferente de mi acompañante, mi cicerone en la ciudad de las burgas, deduje que desconocía lo que era el fielato, y la explicación tuvo cola pues llegamos hasta los años del hambre. Consulto con Wikipedia y dice que el fielato era el nombre popular que recibían las casas de recaudación de impuestos municipales sobre el tráfico de mercancías, aunque su nombre oficial era el de “estación sanitaria”, ya que además de su función de recaudación servían para ejercer un cierto control sanitario sobre la comida que entraba en las ciudades. Sin alterarla lucho, mi versión es la vivida en los años 40 del pasado siglo, en los años de la posguerra y del hambre que muchos aún recordamos, que identificamos con aquellas casetas a las entradas de las ciudades, bien llegando por carretera, y si era por tren a la salida de las estaciones, para controlar la llegada de alimentos no intervenidos por Abastos, organismo que entonces controlaba la recogida de productos para su posterior distribución mediante las cartillas de racionamiento que cada españolito tenía. ¡Cuánto ha llovido desde entonces!